El eucalipto que nos impide ver el monte

Elier Ojea LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

17 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Como en la fábula de Iriarte, la sociedad gallega está discutiendo si son galgos o podencos, si el eucalipto es el culpable de todos los males o la única solución, pero este debate bizantino está impidiendo abordar de una vez, y con celeridad, lo verdaderamente urgente, que es la ordenación del monte gallego y contar con una política forestal que contribuya a generar riqueza.

En el sector industrial de la madera asistimos con pesar y decepción al enésimo debate -estéril, como los anteriores- sobre las reformas que hay que introducir en la política forestal de Galicia. Casi siempre, avivado por la penúltima ola de incendios y, como casi siempre, se acaba en la deliberación de si la culpa de todo es del eucalipto.

Esta es la coartada perfecta para seguir como siempre. Permite elaborar magníficos planes forestales, como el aprobado por el Parlamento en 1992, que después no se aplican. Y vamos por el mismo camino. En la redacción del nuevo Plan Forestal de Galicia se están barajando propuestas propias de una entelequia, con medidas alejadas de la realidad y sin viabilidad alguna. Sustentadas en anécdotas o demandas débiles, frente a las necesidades reales del mercado.

Tenemos que priorizar lo importante, definir el modelo de monte que queremos tener dentro de 40 o 50 años y que permita sostener una industria forestal que aporte valor ecológico y económico para todos los gallegos. Porque si el monte no es rentable y sostenible, será un ejercicio estéril que solo provocará abandono y falta de compromiso con el territorio. Será un fracaso colectivo, del conjunto de la sociedad, por no ser capaces de generar un desarrollo sostenible, que permita obtener riqueza y conservar el valor ecológico del monte.

No se trata de llenar Galicia de eucaliptos, como apocalípticamente protestan algunos. Ni de destinar todo el territorio a superficie arbolada como alegan otros. Se trata de implantar medidas para lograr un equilibrio razonable entre la agricultura y la silvicultura, que permitan generar riqueza a los productores y en el entorno territorial en las que se desarrollan.

Pero también debe incentivarse la producción de madera de calidad para la industria, tanto para la pasta como para el mueble y otros derivados, porque si las materias primas no satisfacen las demandas del mercado, ello conllevará el abandono del monte.

La silvicultura, al igual que la agricultura, debe planificarse a largo plazo y con visión de futuro, teniendo en cuenta que es una actividad económica que se debe combinar con la preservación de la riqueza ecológica y ambiental. La Administración y el conjunto de la sociedad deben incentivarla, con la profesionalización de la gestión del monte y el desarrollo de medidas que permitan superar el minifundio.

Las trabas nostálgicas solo llevan al fracaso. Galicia, hace más de dos siglos, fue una potencia en la producción de lino para el sector textil pero no parece viable volver a potenciar ahora su comercialización. Nuestro sector agrario se concentra en la plantación de maíz, patata, trigo y viñedo, todas ellas unas especies foráneas que no son originarias de nuestra tierra. Y nadie cuestiona su idoneidad, como pasa como el eucalipto.