Títulos

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

25 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Aquel alcalde no había necesitado grandes instrucciones para entender con una clarividencia pasmosa los asuntos del poder. Mandaba en su comarca con la contundencia típica de una provincia saboteada por el caciquismo y en esa cultura hasta su nombre resonaba como dios manda. Cuando la gente volvió a votar, no necesitaba conocer el recuento para clavar los resultados. Con una precisión pasmosa, adjudicaba las ideologías de sus paisanos con un nivel de acierto máximo. Su escuela había sido la misma que la de aquellos primeros alcaldes instruidos más como vaqueros que como demócratas, en un territorio que era como Fargo pero con bocarribeiras. En ese empacho vivía nuestro alcalde, convencido de que su astucia era un don divino que ningún manual había conseguido corromper. Por eso decía: «Mira que se chego a estudar e se me perde esta intelixencia natural que eu teño...». Había en aquella generación un manifiesto desprecio por la academia, como si no se fiasen de nadie con las yemas de los dedos rosas. Fueron los últimos porque sus hijos entraron en tromba en la universidad en un revolcón social poco escrutado en el que la Iglesia dejó de educar a las élites rurales en aquellos seminarios más de concejales que de curas. Los títulos pasaron a ser una indicación de progreso, con miles de estirpes condenadas por la historia a papeles secundarios que al fin entraban en la universidad. Muchos señoritos rozaron por primera vez los codos de la plebe con la que de pronto tenían que compartir pupitre. De ese emocionante volantazo social salió un mundo mejor. Por eso es tan desolador que un político exponga títulos regalados que solo certifican su desprecio por todos esos ciudadanos para quienes la universidad había dejado de ser un destino sospechoso que manipulaba las inteligencias naturales. Bravo.