En los ojos de Gabriel

abel veiga AL DÍA

OPINIÓN

Carlos Barba | EFE

12 mar 2018 . Actualizado a las 07:40 h.

En los ojos del pequeño Gabriel se ven otros niños. Todos llenos de inocencia. De vida. De mucha vida por delante pero que es truncada. De una inocencia rota, quebrada. Mancillada. De tantos sueños por ser, por hacer, por sentir, por vivir. Simplemente, por vivir. Veo a Gabriel y veo a Asunta. También veo a Yéremi. A la pequeña Mari Luz, a la pequeña Maruchi Rivas, que hace ya más de veinticinco años fue asesinada en Galicia. Recuerdo a Anabel Segura. Y podríamos seguir. Sí, en los ojos de todos ellos también está el reflejo de nuestra sociedad. De lo peor que un ser humano puede hacer a otro. De lo injusta que ha sido la vida con esos niños, solo por un instante, aquel en el que tuvieron la fatídica suerte de que sus pasos, su camino, coincidiese solo unas milésimas con el asesino. Con el destructor de razones, de vidas, de familias. Un solo momento para que la inocencia de todos ellos fuese arrancada con violencia, con vileza. Cobardemente. Terriblemente. Sin motivo. Sin causa. Inocencias robadas. Sonrisas apagadas. Lágrimas que brotan desde lo más hondo. No cabe en nuestras cabezas. No cabe. Somos padres.

No podemos siquiera pensar un horror así, pero ahí está. El asesino, el secuestrador, el violador. El maltratador que es capaz incluso de arrancar la vida de sus hijos con tal de hacer sufrir a su expareja. Lo vemos en los periódicos, en los medios.

Algo estamos haciendo mal, terriblemente mal, en estas sociedades de cristal, líquidas, vaporosas también. Sin principios sólidos. Donde todo se relativiza. Quien hace eso no ama, no siente. No vive. Solo odia, lleno de ira, de rabia, de maldad, de crueldad y miseria nauseabunda. Solo eran niños. Inocencia, en suma. Niños con todo por vivir. Pequeño Gabriel, pescaíto, como te han llamado tus seres amados, tu nombre quedará en ese recuerdo y en esa memoria de este país polvoriento y trágico a veces, como el de otros niños o jóvenes que murieron violentamente.

La vida con su noria sigue, pero se deja la piel y los jirones a retazos de dolor. Algo nos falla, algo nos quiebra. Pequeño Gabriel, no te olvidaremos. Como tampoco a tantos niños que aún hoy su desaparición, su muerte, o peor aún, su no saber qué sucedió ni dónde están, nos golpean en algún lugar recóndito de nuestra memoria. Ni tú tampoco nos olvides. No todos los seres humanos son crueles ni despiadados como el verdugo que decidió arrancarte la vida, la luz, la inocencia. En tus ojos, pequeño Gabriel, pescaíto, están también muchos otros niños. Qué injusta esta muerte y aquellas muertes. Qué terriblemente dolorosa e injusta.