El «procés» como narcótico social

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

07 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuanto más se va sabiendo por los informes policiales sobre la organización de la rebelión secesionista catalana -eso que sus impulsores, con fingida inocencia, llaman el procés- más se desvelan sus tan ocultas como inmundas intenciones y más se confirma su genuino método golpista. Respecto a lo primero, aquellos papeles que la Policía Nacional incautó in extremis, cuando iban ser destruidos por los Mossos d’Esquadra en la incineradora de Sant Adriá del Besós, han revelado, entre otros, un dato esencial ignorado hasta la fecha, pero fácilmente imaginable a poco que se conociera la envergadura de la satrapía montada en Cataluña por quien fue durante muchos años presidente de la Generalitat: la presunta participación de la familia Pujol en el empujón inicial para que el golpe comenzara a organizarse como único medio de evitar que la trama criminal montada por el patriarca y gran parte de sus hijos acabara dando con los huesos de todos en la cárcel.

Ahora sabemos que ya en 2011 se celebraron reuniones entre los máximos dirigentes de Convergencia, en alguna de las cuales participaron hasta tres hijos de Pujol, con el objetivo de comenzar a organizar una rebelión que pudiera dejar impunes a los unos y a los otros por el sencillo expediente de ¡declarar una Cataluña independiente!

Es decir, para entendernos, una rebelión ad hoc, al servicio de las necesidades de sus organizadores… como en la mayoría de los golpes africanos.

Pero los papeles incautados por la Policía Nacional y las investigaciones de esta y de la Guardia Civil no solo revelan la irresponsabilidad criminal de unos auténticos indeseables, dispuestos a hundir a Cataluña para tapar la corrupción de los Pujol y los líderes implicados en el caso del 3 %, sino también la complicidad en la rebelión de los mandos de los Mossos (convertidos de hecho en la fuerza armada de la secesión) y de los dirigentes de presuntas organizaciones culturales (ANC y Òmnium) que actuaron como los agentes de movilización social de un golpe organizado, y pagado con dinero de todos, por la Generalitat.

En cualquier sociedad viva, con capacidad para reaccionar ante la manipulación y ante el engaño, ante el abuso de poder y la violación flagrante de la ley, lo ocurrido en Cataluña provocaría una indignación popular incontenible contra quienes han utilizado a cientos de miles de personas como los tontos útiles de un proyecto descabellado dirigido a que una pandilla de sinvergüenzas y ladrones se libraran de la cárcel en la que suelen acabar lo corruptos en los sistemas democráticos.

Solo en una sociedad parcialmente narcotizada por el virus letal del nacionalismo, que se ha traducido en odio a España y a la mejor democracia que jamás hemos tenido, puede entenderse que los engañados y manejados se rebelen contra quienes han denunciado y parado esa descomunal operación de manipulación social y no contra quienes la han organizado en su exclusivo beneficio.