Sánchez: Todo para el PSOE, sin el PSOE

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

PEPO HERRERA | EFE

14 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El cambio de modelo que Sánchez acaba de implantar en el PSOE podría resumirse recordando el lema que el despotismo ilustrado hizo famoso: «Todo para el pueblo, pero sin el pueblo». Ese es el principio motriz que, a partir de ahora, presidirá la vida interna de lo que queda del Partido Socialista: todo para el PSOE, pero sin el PSOE.

¿Cómo ha obrado Sánchez tal prodigio? Fácil: recurriendo a uno de los más viejos instrumentos de la política autoritaria agazapada bajo formas democráticas: el abuso plebiscitario. Y así, tras la aparente cobertura de una democracia interna sin precedentes, entrega Sánchez a los militantes lo que arrebata a los órganos representativos del partido. Con su reforma organizativa serán esos militantes los que resuelvan ¡formalmente! casi todo: casi, sí, porque, la decisión final sobre la confección de las listas electorales se la reservan libremente Sánchez y los suyos. De este modo, cualquier oposición que pudieran encontrar en los dirigentes territoriales socialistas deberá enfrentarse al plebiscito que, para removerla, podría convocar el secretario general sobre cualquier asunto, siempre que él y sus fieles lo decidan.

Esa forma de democracia plebiscitaria, que pone al líder en comunicación directa con su pueblo (para el caso, los militantes socialistas) a base de eliminar todos los elementos internos e intermedios de equilibrio de poder (orgánico y territorial) típicos de una democracia representativa tiene el nombre que le dio quien lo inventó: bonapartismo. Es decir, una forma de populismo autoritario, que permite al líder manipular, tocando a rebato, a la base social sobre la que se sostiene su poder.

Al final, trágicamente para nuestra democracia, el PSOE sanchista ha acabado por sucumbir frente a Podemos, con quien trata de competir a través de un procedimiento atrabiliario: dándole por completo la razón. Por un lado, desplazándose ideológicamente hacia el extremo del campo ideológico donde los socialistas se sitúan (ese «Somos la izquierda» que preside todos los actos del partido); por el otro, asumiendo los modos organizativos que elevaron a Pablo Iglesias al estrellato de Podemos, a base de manejar sus votaciones.

El cambio organizativo del PSOE, que insiste en la peligrosísima tendencia de desprestigiar la democracia representativa santificando los peores modos de la democracia directa, es muy malo, en todo caso, no solo por lo que significa sino también por lo que indica. Porque Sánchez ha optado por desmontar la organización del partido para ponerlo al servicio de su ambición incontenible de poder convencido de que la extrema radicalización de gran parte de las bases de lo que queda del PSOE es su mejor baza para hacer en él lo que le plazca. No hay más que seguir las encuestas para constatar que ese camino puede garantizarle a Sánchez el poder interno a base de alejar al PSOE de la posibilidad de gobernar algún día, con él al frente, este país.