Una reforma necesaria, pero inviable

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

09 feb 2018 . Actualizado a las 09:19 h.

Albert Rivera y Pablo Iglesias, los polos opuestos de los políticos españoles, se han puesto de acuerdo en algo: intentar reformar la ley electoral. Pero cometieron un error de aprendices: pusieron por delante su auténtica intención, que es la de quitar escaños a los partidos del bipartidismo. Según cálculos publicados, les arrebatarían unos 16 asientos en el Congreso de los Diputados. ¿Y por qué digo que es un error de aprendices? Porque, si van a perjudicar a los mayoritarios, no pueden esperar de ellos que aprueben esa reforma en el actual Congreso de los Diputados. Les están pidiendo a populares y socialistas que se sacrifiquen para beneficiar a Ciudadanos y Podemos y es la petición y la esperanza más inocente que hemos visto en los últimos tiempos. Rivera e Iglesias han tenido iniciativas de menos ingenuidad.

Rivera, además, comete otro error: su electorado no entenderá que promueva una reforma que beneficiará a Podemos. Cuesta creer ese resultado porque Pablo Iglesias atacó mucho a Rivera. Lo humilló. No quiso contaminarse con él cuando se intentó un pacto para investir a Pedro Sánchez. Lo identifican con lo peor de la derecha tradicional, la derecha extrema, más allá del PP. Los portavoces de Unidos Podemos han querido enviar a Ciudadanos al rincón de los falangistas. Y en las últimas elecciones catalanas, el propio Iglesias aseguró que jamás apoyaría a Arrimadas para hacerla presidenta. No es aventurado suponer que el simpatizante de Ciudadanos esté, por lo menos, sorprendido ante esta alianza.

Y un tercer apunte: es cierto que la Ley Electoral española favorece al partido más votado. La ley D’Hont ha sido adoptada en España para eso: para privilegiar al primer partido. Pero no fue un capricho; fue la copia de lo que ya hacían otros países para disponer de parlamentos gobernables. Y ese fue, por cierto, el primer pacto de la transición suscrito por todas las fuerzas políticas. La estabilidad de la que disfrutamos desde el 15 de junio de 1977 se debe a que esas fuerzas aceptaron esa prima para el partido ganador, llámese PSOE, PP o Izquierda Unida.

¿Quieren cargarse ese factor de estabilidad? Sería poco responsable. Yo aparcaría esa aspiración egoísta y promovería otras reformas, como las listas abiertas o que los votos valgan lo mismo en todas las circunscripciones. Échenle valor y logren que un partido independentista no tenga más escaños en el Congreso que un partido estatal con la mitad de votos. Promuevan la segunda vuelta como otros países europeos para que no haya que repetir elecciones. Y olvídense de quitarles escaños al PSOE y al PP. Entre otras razones, porque sin ellos no hay escaños suficientes para que esa reforma se pueda aprobar.