Holocausto cotidiano

María Xosé Porteiro
María Xosé porteiro HABITACIÓN PROPIA

OPINIÓN

02 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Es hora de hacer balance de los feminicidios, con polémica incluida sobre los criterios seguidos para elaborar las estadísticas. Las oficiales hablan de 48 víctimas y las no oficiales de 54, más ocho menores asesinados y 27 huérfanos. Donde dice víctimas, también debería decirse victimarios, pues sobre ellos ha de recaer la máxima preocupación social: en los últimos doce meses, en este país se ha incrementado en una cifra aproximada a 50 el número de asesinos extremadamente violentos siguiendo una tendencia estable, con subidas o descensos relativos desde que se computan, hace ya quince años. Hablamos de los causantes directos de otras tantas mujeres apuñaladas, estranguladas, precipitadas desde alturas mortales y otras formas que demuestran ensañamiento y la satisfacción criminal de tomar la justicia por la mano, en sentido literal.

Si es imprescindible visibilizar a las víctimas, no lo es menos examinar a los victimarios y ponerlos en el centro de la escena, bajo todos los focos: son extremadamente peligrosos para la sociedad que en buena parte aún los ve con indulgencia e incluso comprensión. Son matadores de mujeres, que parecen regirse por un mismo código que identifica a los miembros de tal sindicato del crimen.

Tienen fe absoluta en su legítimo derecho de propiedad de una mujer que debe morir si decide abandonarlo. Creen en la aceptación social de su supremacía. Se sienten legitimados y predestinados a hacer justicia que genere ejemplo y deje constancia pública del riesgo que asumen las que no comulguen con los preceptos por los que él y sus compinches se rigen. La antropóloga Françoise Heritier, fallecida recientemente, decía que la Humanidad es la especie más estúpida porque es la única donde los machos matan a sus hembras.

Es una verdad poco reflexionada que encierra preguntas de difícil respuesta ya que el hecho de tener una inteligencia superior no conlleva una superioridad conductual donde haya lugar para la ética; porque las y los machistas consiguen imponer sus condiciones; y porque este tipo de crímenes no provoca el mismo rechazo que los ideológicos, económicos o religiosos.

Tal vez existen razones muy simples que responden a una lógica primitiva donde lo habitual se considera normal. Es imprescindible y urgente combatir esta miserable mentalidad porque la violencia y el asesinato, en el ámbito de lo cotidiano es, si cabe, más monstruoso todavía. Aceptemos la cruda realidad de lo que la intelectual feminista María Xosé Queizán califica como holocausto femenino, tan antiguo como la propia memoria colectiva.

Pero para ello es preciso visibilizar y penalizar, tanto como sea posible, a los genocidas: cincuenta más, aquí y ahora. Y asumir que el silencio nos hace cómplices es algo más que el lema de una pancarta.

Este tipo de crímenes no provoca el mismo rechazo que los ideológicos, económicos o religiosos