A los niños antes se les castigaba a repetir: a repetir por escrito cien, mil veces una frase, o a repetir curso. La repetición como condena. Contamos el tiempo por repetición de ciclos naturales e intentamos, a la vez, que la repetición no se instale en nuestras vidas, no del todo al menos: queremos cambiar, ser mejores, lograr una vida más plena. Pero la llegada del fin de año, esa raya pintada con tiza en el suelo, nos recuerda que repetimos. Entre las dos rayas de tiza que delimitan el año 2017 han pasado muchas cosas. Bastantes de ellas, incluida la crisis catalana, repetidas. A los hombres, cuando nos portamos mal, también nos condenan a repetir pesadillas e insomnios, dudas lacerantes, apremios y angustias, peleas, errores, lamentos. Casi siempre acusados de no querer reconocer la realidad o de anteponer a ella sentires inmediatos, conveniencias románticas. Por eso, con la repetición de las elecciones catalanas estábamos condenados a repetir resultados, sin que importaran mucho ni nada, por ejemplo, los descalabros económicos, la realidad, de un intento repetido.
Se entiende que los antiguos creyeran que vivían en ciclo, privados de una historia lineal y edificable con los ladrillos de la libertad. También nos sucede como personas: a nada que nos despistamos, a nada que nos dejamos ir, ya estamos en el bucle, y esnifamos la raya de tiza que separa los años sin pararnos a ver más, condenándonos a repetir.
Confío en que hayan pasado un buen año, pese a la llegada de Trump y la pertinacia de Maduro y Putin, pese a la creciente tensión internacional delicadamente repartida. Les deseo un 2018 realmente nuevo, en el que solo se repita lo que da alegría y paz.
@pacosanchez