Las mentiras de mi amigo Enric

Manuel Blanco EL CONTRAPUNTO

OPINIÓN

26 dic 2017 . Actualizado a las 07:40 h.

Lo conocí hace 12 años en Barcelona. Inquieto, culto, con mundo. Abogado de buena familia, con casa en Francesc Macià y masía en la Costa Brava. Un gran tipo de quien he aprendido mucho. Hablamos con frecuencia, pero de un tiempo a esta parte discutimos. Mucho. Sobre política, obviamente. Discutimos porque no lo reconozco. Desde que coincidimos por primera vez, nunca ha escondido sus inclinaciones nacionalistas, pero jamás en diez años lo había escuchado hablar de autodeterminación.

No me molesta que crea que vive en otro país, faltaría más, sino el discurso con el que se maneja. Enric, mi amigo, se ha dejado en este ataque de soberanismo sobrevenido buena parte de la brillantez que me cautivó durante años. Ha comprado todas las sandeces del independentismo: que España ha robado a los catalanes durante años, que ellos trabajan para que los andaluces duerman la siesta, que el AVE a Galicia es un lujo que no podemos permitirnos... Algunas de las ideas que dispara son directamente indignas para alguien de su talento y nivel intelectual: que si las pensiones subirán cuando se declare la independencia, que si Cataluña ingresará en el club de los ricos europeos una vez deje el yugo español... Ni rastro de autocrítica. Imposible lograr que se mire en el espejo y admita que muchos de los problemas de los catalanes nacieron en casa. Sin ir más lejos, en el latrocinio que unos cuantos miembros de esa clase política que hoy jalea perpetraron durante décadas.

Él, que siempre había sido ejemplo de pragmatismo y sentido común, se ha imbuido de todas las mentiras del procés. De absurdo en absurdo. Enric sintetiza como nadie por qué el soberanismo va a pilotar de nuevo la Generalitat. Tienen a dos millones de ciudadanos haciendo proselitismo sin descanso. Y en ese ejército de convencidos habitan catalanes ilustrados, con ascendente sobre su entorno. Resulta imposible entender cómo alguien con el perfil de mi amigo ha convertido su ideario político, antes cartesiano y fundamentado, discutible pero entendible, en dogma de fe. Hay algo religioso en el nuevo Enric. De conversión teresiana.

Aunque seguramente ha sido nuestro adorado Stefan Zweig, de quien compartimos obras durante años, quien me ha procurado la única explicación racional para comprender esta súbita revelación. La escribió hace algo más de medio siglo, en El mundo de ayer: «Todos los individuos experimentaron una intensificación de su yo, ya no eran los seres aislados de antes, sino que se sentían parte de la masa, eran pueblo, y su yo adquiría sentido ahora». Zweig describía así a los ciudadanos de la Europa prebélica que desataría la Segunda Guerra Mundial. Una población alienada, poseída por un relato, ciega ante las mentiras que la llevarían al desastre. ¿Les resulta familiar?