21D: La encrucijada catalana

José María Gay de Liébana DESDE CATALUÑA

OPINIÓN

Alberto Estévez | EFE

20 dic 2017 . Actualizado a las 08:02 h.

Entramos en la semana teóricamente decisiva para Cataluña, ésta del 21-D, y, sobre todo, mucho más para los catalanes que somos quienes al fin y al cabo conformamos, habitamos, trabajamos y movemos económicamente a nuestra tierra y quienes sufrimos en nuestras propias carnes todo ese lío, desventuras y despropósitos que está causando una errática clase política que solamente se preocupa y ocupa de sus propios intereses y que es absolutamente ajena al interés general de la gente de nuestra tierra, Cataluña, del de España, nuestro Estado, y de nuestro contexto supranacional, la Unión Europea. 

Los avatares y vicisitudes por los que atravesamos han roto la normalidad de nuestras vidas, el orden natural y lógico de funcionamiento de nuestra sociedad y, entre radicalismos y fundamentalismos combinados con separatistas y separadores, soberanistas frente a constitucionalistas, nacionalismos exaltados en vez de racionales y centralismos impermeables e insensibles; vamos, entre todos, nos han metido en una olla a presión social y política, fragmentando a la tranquila y siempre animosa sociedad catalana en dos bandos: los unos y los otros. Rupturas familiares y sentimentales, enfrentamientos entre amigos de toda la vida, vecinos que dejan de hablarse, boicots... Entretanto, blandiendo la ley que se impone a la política tal vez porque los políticos, ni unos ni otros, han sabido estar a la altura que los clamores populares les exigían. ¿Por qué? Sencillamente, porque ellos van a la suya y la gente, los ciudadanos, esos votantes a los que ahora invocan y pretenden seducir, no les importan un rábano.

El 21 de diciembre es el día del gran reto. Caben varias alternativas que, en definitiva, se resumen así: o todo sigue igual y nada cambia o se produce un vuelco que para unos será a mejor y para otros a peor, siempre según la perspectiva desde la que se contemple el desafío catalán. 

El escenario más probable, por lo que dicen las encuestas, es que se acabe dando un empate a efectos prácticos entre el nacionalismo más fundamentalista y el llamado bloque constitucional. De ser así, las cosas seguirían más o menos tal y como están, aunque se pondría freno al llamado rodillo independentista y eso abriría la puerta para dialogar con sensatez y con sentido común, buscando, por encima de egoísmos, lo que tendría que ser lo mejor para Cataluña si bien para mí hay que pensar en lo que es mejor para los catalanes. Y es en este punto donde la economía juega un papel vital al que de inmediato me referiré. 

Si el 21-D se impone la corriente independentista en las elecciones, el panorama se complicará sensiblemente. No sé si se resucitará la vía unilateral pero los impulsos en pro de la independencia de Cataluña volverán a latir y en esta ocasión lo harían con argumentos más sólidos al basarse en el sentir de las urnas. Se echa en falta en estos momentos en Cataluña una seria opción representada por un nacionalismo moderado y no radical que supiera negociar con inteligencia en este conflicto y que fuera capaz de acercar posturas con Madrid en busca del encaje político y económico que demanda Cataluña consensuándolo con España. 

¿Qué extremos preocupan actualmente desde la perspectiva económica a propósito de la cuestión catalana? Por lo pronto, la situación política y el déficit fiscal de Cataluña -cubierto con fondos del propio Estado -junto con la marcha de la economía catalana qué si bien se ha ido manteniendo hasta ahora, empieza a notar un deterioro plasmado en el freno del consumo y en el parón de las inversiones a la vez que un desplazamiento, más o menos acentuado, de la actividad económica de las grandes empresas típicamente catalanas hacia otros lugares de la geografía española. Eso entraña no solo pérdida de grandes motores económicos y menor PIB, sino de puestos de trabajo, nervios entre las pequeñas y medianas empresas proveedoras de las grandes que estaban afincadas en territorio catalán, y resta protagonismo a la pujanza de Cataluña impactando negativamente en el prestigio de la marca Barcelona que ve como su aureola, forjada a raíz de aquellos Juegos Olímpicos de 1992 y acrecentada en estas décadas posteriores, se ensombrece y pierde enteros. 

Y es que el dinero, el capital, el empresario, el inversor, el ahorrador, las familias, el trabajador, el ejecutivo, el directivo, el banquero, el albañil, el profesional..., todos, en fin, demandamos pacifismo, tranquilidad, estabilidad, confianza, seguridad jurídica, un campo despejado y sin minas para poder avanzar en pro de la prosperidad económica, contar con buenos pastos para que el progreso vaya a más y disponer del terreno abonado para impulsar el desarrollo económico. Es indudable que en estos momentos en Cataluña se advierte una pérdida de dinamismo en el ritmo de mejora económica. Y las dudas, los interrogantes, la inquietud están a flor de piel. 

Bueno, confiemos en que la consulta política del 21-D sirva para algo, cuando menos para establecer vías para el diálogo, para que remansen las agitadas aguas, para que se imponga la inteligencia política y para que todos sumemos y no restemos, seamos capaces de multiplicar y no de dividir. Si Cataluña gana, lo hace también España porque el golpe en el producto interior bruto del conflicto catalán no se limita a la propia Cataluña sino que trasciende al resto de España e incluso salpica a Europa, contexto geopolítico en donde abundan los nacionalismos oteándose en el horizonte de la Unión Europea devaneos independentistas que pudieran dar al traste con los objetivos de una Europa más cohesionada y robusta en todas sus facetas, en una coyuntura en que la economía mundial cada vez más está marcada por los bloques políticos.