Absorbidos por Cataluña

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

19 nov 2017 . Actualizado a las 11:31 h.

En su libro de memorias Notas de una vida, el Conde de Romanones escribió: «En mi frecuente paso por el Gobierno, he aprendido que la atención de los ministros ha estado absorbida constantemente por Cataluña; cuando no era una cosa, era otra; huelgas, regionalismo, separatismo, sindicalismo, proteccionismo. Si el resto de España hubiera originado iguales preocupaciones, la vida ministerial habría sido imposible». 

La actualidad parece indicar que hemos vuelto a ese pasado que quizá nunca se fue del todo. Porque el tema catalán es un debate corrosivo y fantasioso en el que todos creen tener razón y solo se topan con agrias discrepancias. Menos mal que ahora ha saltado a la palestra la sutil Ada Colau (asesorada por el ingenioso Pablo Iglesias) y ha sentenciado: «Yo no soy independentista. No quiero DUI, ni 155, ni presos políticos. Queremos acabar con la política de bloques, que no ha traído más que desgracias para Cataluña». Y nosotros sin darnos cuenta ni percibir esta solución. Si Romanones -que era muy rico pero nada tonto- la hubiese oído, le aplaudiría hasta con las orejas.

Porque resulta que, como bien decía Sartre en su drama Huis Clos, «el infierno son los otros». Siempre. Y Ada Colau y su asesor han descubierto la verdadera identidad de esos otros. Son todos los demás: españolistas, separatistas, indiferentes, neutros o simplemente despistados. Somos los que hemos estado viendo un espectáculo reprobable sin hacer nada. Ella también lo estuvo viendo, pero vislumbrando ya la solución. Y esperando el momento adecuado para ofrecérnosla. A cambio de votos.

Me encanta la gente que siempre sabe encontrar soluciones fáciles para los problemas más endiablados. Son los reyes de un mambo que bien podría titularse: «Yo gano, tú ganas». Ahí está la clave. Y Ada Colau la ha descifrado: «Tú me votas y Cataluña gana». Tan fácil. Y toda la fila de pujoles, Mas, Junqueras, Puigdemont y un larguísimo etcétera sin darse cuenta de algo tan simple, tan elemental, tan inteligente. Porque no es la batalla intelectual la que hay que ganar, ni siquiera la sentimental. La verdadera victoria será del que más lo simplifique todo y nos convenza de esa sencillez.