Microsoft y el Waterloo de los sistemas operativos móviles

Javier Armesto Andrés
Javier Armesto CRÓNICAS DEL GRAFENO

OPINIÓN

12 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace exactamente un año este periódico publicaba una noticia que pasó desapercibida entre el ruido provocado en esas fechas por el batterygate del Samsung Galaxy Note 7 y la expectación que siempre despierta la presentación de un nuevo iPhone (aunque fuera una renovación menor): el presidente de Microsoft en Francia desvelaba que la compañía se retiraba de la primera línea de la telefonía móvil y que no lanzaría más terminales destinados a consumidores. Vahé Torossiam explicaba que la firma de Redmond se centraría en el mercado empresarial y confiaba en «un salto tecnológico en los próximos años, junto con un cambio de paradigma», que facilitasen su regreso a este sector de la industria.

Esta semana se ha confirmado el Waterloo de Microsoft, después de que el vicepresidente corporativo, Joe Belfiore, anunciase en Twitter que Windows 10 para smartphones no seguirá siendo desarrollado. La irrisoria cuota de mercado (hace doce meses era del 0,6% y en marzo pasado había caído al 0,3%), junto a la falta de apoyo de los desarrolladores (las dos cosas van unidas: nadie va a destinar dinero y recursos para crear o adaptar aplicaciones a un software que utilizan menos del 1% de los usuarios) explican la decisión.

Es una derrota en toda regla de una de las compañías tecnológicas más importantes del mundo y de la historia, que en el 2013 pagó 5.400 millones de euros para hacerse con la división de móviles de Nokia. Poco después lanzaba Windows Phone, un sistema operativo moderno y fluido que sin embargo no pudo hacerse hueco en un mercado polarizado entre Android e iOS. El retraso en ofrecer algunas aplicaciones clave como WhatsApp tampoco jugó a su favor. Posteriormente se actualizó como Windows 10 Mobile, dentro de una estrategia para integrar todos los dispositivos de Microsoft en una misma plataforma.

El nuevo presidente de la compañía, Satya Nadella, no ha tenido mucho interés en sostener una aventura que claramente identificaba como una apuesta personal de su antecesor en el cargo, el singular Steve Ballmer. Es chocante, porque aunque es obvio que Microsoft había llegado tarde a la batalla de los smartphones, contaba con dos buenas armas para competir en ese segmento: la apreciada gama de teléfonos Lumia y un software propio (y que, hay que insistir, funcionaba bastante bien).

En el desarrollo de un ecosistema móvil, el sistema operativo es la piedra angular. Apple ha mantenido su liderazgo porque iOS es la única alternativa sólida a Android. Samsung, pese a disponer de un hardware de lujo (fabrica pantallas y otros componentes para el propio iPhone), carece de un SO propio que se adapte como un guante a sus terminales; lo intentó con Bada y Tizen y fracasó. Y curiosamente Google, que impulsó el software que actualmente corre en más del 80% de los teléfonos inteligentes, lleva años tratando de crear una línea de smartphones a la medida de Android, primero con Nexus y ahora con la gama Pixel. El último movimiento en este sentido ha sido la compra de parte del área de desarrollo móvil de la taiwanesa HTC, otra compañía (como BlackBerry, como la antigua Nokia) en caída libre por su empeño en mantener una política de precios premium a pesar de que perdió el favor de los consumidores. Google ha pagado 1.100 millones y se lleva a casi 2.000 ingenieros de HTC. Ironías del destino: en octubre del 2008, el HTC Dream (también conocido como T-Mobile G1) fue el primer móvil en incorporar Android.