Los independentistas saben que no podrán conseguir la independencia con la Constitución en la mano, porque prohíbe la segregación de parte alguna de lo que hoy constituye España; por ello utilizan la Constitución hasta donde les sirve para sus propósitos y la dejan de lado y aun la pisotean cuando se opone a su causa. «No es nuestra Constitución. A ver si se enteran de una vez; no se trata de reformarla sino de sacudírnosla de encima», dice el independentista. Los constitucionalistas consideran a los independentistas anticonstitucionalistas porque utilizan la Carta Magna hasta donde les conviene y niegan que sea la suya cuando les molesta, y ven esto como una contradicción, una falta de lógica, porque miran todo desde la Constitución.
«Lo que cuentan los independentistas es un mito que lo inventó [fulano de tal]; eso no es historia», dicen los constitucionalistas. Mito o historia es la expresión de un deseo, de un ideal, consciente o inconsciente, de una parte, grande o pequeña, del pueblo. En política lo que cuenta es el mito fundacional, la historia impregnada de emotividad, no la verdadera historia que estudia los hechos tal como han sucedido. A los independentistas les importa poco que la independencia vaya a suponer un desastre económico. Saben que los ideales cuestan, como cuesta ser libre. «Que nos salimos de la Unión Europea: también se salen los británicos, no pasa nada, ya volveremos a entrar o la Unión se deshilacha», me dijo uno de ellos.
«Nosotros no pisoteamos la Constitución de nadie, sino que tratamos de sacudirnos de encima el yugo que unos extranjeros quieren imponernos. La Constitución Española es para los españoles, pero nosotros no somos españoles sino catalanes», me contó un político independentista. Estos dicen que actúan legalmente, que cumplen un mandato del pueblo que los ha elegido. Piensan: «Esas son las leyes que nos someten, que nos oprimen. Somos denostados y rechazados por tener razón antes de tiempo, como los herejes. Nuestro proceder encierra el futuro de los pueblos». El constitucionalista les contesta: «Ocurre que el Parlament se ha otorgado poderes que la Constitución no le da y sus leyes no pueden contradecir la ley suprema de los españoles».
Mientras puedan, los constitucionalistas tratarán de hacer cumplir la ley a todos los españoles; los condenarán a una pena y los inhabilitarán para puestos públicos en el estado actual de cosas. Llegado el momento, cuando los dos bandos en litigio consideren que han llegado al final del camino, o uno de ellos cede, o dialogan y los dos ceden en parte o los independentistas van perdiendo fuerza porque sus seguidores se hayan hartado de promesas, o acuden al empleo de la fuerza para implantar el cumplimiento de sus nuevas leyes. De momento, el intento del Gobierno es que se frían en su propia salsa y el pueblo los abandone por agotamiento y aburrimiento.
Desde dentro, las dos maneras de pensar son coherentes. El conflicto surge cuando cada uno juzga al otro desde su punto de vista. Ninguno de ellos se puede poner en la piel del otro. «Es el último intento de un grupo de líderes, nuevos y viejos, de demostrar y amarrar su poder y limpiar su nombre. Para ello quieren hacer creer al pueblo que están investidos de una misión divina. Los independentistas son hijos de Jano, tienen dos caras. Sucumbirán después de coger todos los caminos falsos posibles guiados por fantasmas. Solo en el mundo imaginario se puede disfrutar de la plena libertad», dijo el constitucionalista. «Nadie jamás matará del todo a los fantasmas; se encarnan y se convierten en elementos de la realidad».