La noche más corta

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

24 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Ha sido esta la noche de san Juan, y miles de hogueras incendiaron la noche, huyeron por la mar mientras bailaba la luna que se mecía oculta entre brumas. La melodía shakespeariana de una soñada noche de verano la hace realidad Puck abriendo las puertas del otro lado para que, como decían los griegos coincidiendo con el solsticio, se entornaran las puertas de los hombres.

 Los gallegos tenemos en nuestro código genético interiorizada la noche del Bautista con sus ritos de agua y fuego. Fuente limpia que reivindicaba Cunqueiro para refrescar la cara antes de la medianoche, cuando, según la tradición de los países nórdicos, las doncellas casaderas no podían salpicar sus ojos con el agua que brotaba de los manantiales. Con los ojos cerrados podían ver a quien sería su esposo; si los abrían verían al diablo, que se quedaba para siempre en sus pupilas.

Desde cuando recuerdo, celebro el viejo rito de las flores cortadas en la noche que pongo en una jofaina para enjuagar mi cara la mañana siguiente, esta mañana mágica del día grande de la luz. La luna se coló, se cuela siempre, para arroparse de madrugada en un lecho floral.

Me gustaría que a las rosas pudieran acompañarlas el saúco y el hinojo y el torvisco, pero no reúno en mi particular memoria botánica más que pétalos sueltos de humildes flores de jardín con nombres vulgares, pero que esta mañana aromatizaron mi cara lavada para todo un año hasta que san Juan regrese de nuevo a esta parte de la cristiandad. Me gustaría tener un ramito de verbena recién cortada para que mi economía doméstica y la de los míos fuera boyante durante al menos los doce meses venideros.

Pero, ay, soy minimalista en los ritos básicos, en los iniciáticos, y dejo la curiosidad atávica para contarlo en las páginas de mis libros, y mientras leo los usos mágicos y las costumbres esotéricas en Lisón Tolosana o en Manuel Mandianes, dejo volar mi imaginación hasta una hoguera que iluminó mi futuro hace ya muchos años y que sigue ardiendo encendida en los desvanes de mis viejos recuerdos.

A partir de hoy mismo, con el verano recién inaugurado, comienzan a mermar los días y la noche se va adueñando pasito a pasito del último sol de la tarde. Las golondrinas vuelan inquietas apurando su estancia antes de iniciar su camino de vuelta, y yo seguiré instalado en mi Stonehenge privado para reivindicar el sol, la luz de un tiempo que tiene en la noche de san Juan el lugar de residencia de todos los sueños.