Marta Sanz y Nietzsche, dulce y salado

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

19 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Leer es como disfrutar de un menú variado en un restaurante de calidad, inmenso. ¿Qué tiene que ver la escritora española Marta Sanz y el filósofo alemán Friedrich Nietzsche? Nada, pero ahí está lo que te ofrece la cultura. Variedad. Mestizaje. Nada como pasar de las páginas de Clavícula, el último trabajo de Sanz, a las de Aurora, uno de los clásicos del alemán. El ser humano en sus dos extremos. Sanz escribe sobre ella. Más bien, se despedaza. Se abre en un canal de tinta y nos cuenta su vida de sentir al máximo. Esa araña invisible de los nervios que puede acabar con nosotros. Su recorrido de hipocondríaca por los médicos: «Voy a las consultas y me sonrío pensando lo caras que le salimos las locas a la Seguridad Social». No se corta mientras se corta a sí misma. Lo dice y sabe que no es así. El sufrimiento siempre hay que respetarlo. Nietzsche es lo contrario. Escribe desde el Himalaya de su ego. Sabe que es muy bueno. Y golpea justo a los que se acobardan. A los autocomplacientes, a los dolientes, a los burgueses blanditos. Es el otro extremo de Sanz. Scarlett o Melania, dos formas de encarar el mundo (¿quién es más dictador, el duro o el débil?). A veces en la debilidad hay mucha tiranía. Dulce y salado, el placer de leer dulce y luego salado. Los dos juegan al billar con las palabras. Las manejan a su antojo. Pero el antojo de Sanz es ser inmisericorde consigo misma. Tatuar en las páginas todo lo que sufre, lo que Nietzsche zanjaría diciendo que esas lágrimas son babas de caracol. Así somos un poco todos. Tenemos nuestros días en la cima, como Nietzsche, y nuestros días de lava y carbón, en los que el corazón parece una mina a punto de explotar, un objetivo tocado y hundido. Y, luego, está saber que hay un justo medio que no es más que atrapar ese segundo que dura la felicidad: el primer sorbo de una caña o ese beso con los ojos cerrados.