El 1.154

Rafael Arriaza
Rafael Arriaza LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

10 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El otro día, al repartir los dorsales para los corredores del maratón de Londres, a uno de los miles de anónimos participantes le cayó en suerte el 1.154. Como a otros el 2.000 o el 3.335, por ejemplo. Seguramente, alguno de esos corredores -por no decir casi todos- que salen sin que la organización los bonifique grabando su nombre en el dorsal habría soñado alguno de los días previos con volar sobre el asfalto, superar su marca personal y codearse con la élite mundial, dejando boquiabierto al personal. Y todos saben que eso, especialmente en una prueba como un maratón, no es posible.

Bueno, todos, no. Un tal Josh Griffiths, galés, joven, estudiante universitario y corredor del desconocido club Swansea Harriers no sabía que a veces lo que parece imposible no lo es tanto. A lo mejor es porque es galés -y, por lo tanto, corre por sus venas el sentido mágico celta-, o porque es joven y aún cree en cosas que los años les han hecho olvidar a otros, pero la cuestión es que la ignorancia es atrevida, y este tipo osó desafiar lo establecido.

Humilde como los protagonistas de las epopeyas clásicas, tuvo que madrugar para coger el metro que lo llevase hasta el punto de salida de la prueba. Y salió como todos, y la lio como nadie. Porque nadie esperaba que un joven e indocumentado (en lo deportivo) corredor galés que nunca antes había corrido un maratón pudiera ese día hacer la mínima exigida para correr el mundial el próximo agosto. Que superase a más de 40.000 corredores -en uno de los seis maratones más importantes e icónicos del mundo- para acabar decimotercero y llevarse un premio de 4.000 libras. Lo dicho, que la liase bonita.

Habrá quien opine que 2 horas, 14 minutos y 49 segundos no representan una marca estratosférica, ahora que hay corredores que son capaces de acabar la maratón en 10 minutos menos, pero ese día Josh pasó por encima de unos cuantos de ellos.

Claro que esto puede haber sido posible por varias razones, y cada cual elegirá las que mejor le parezcan. Alguno pensará que la razón fundamental son las horas de entrenamiento y los kilómetros (ellos dicen millas, pero a las piernas les pesan igual las distancias, las llamemos como las llamemos) que este corredor ha recorrido por las colinas galesas; otros pensarán que la genética ha sonreído a este joven; algún insensato que nunca haya finalizado un maratón dirá que es la suerte del principiante, etcétera.

Pero seguro que en el próximo maratón popular habrá bofetadas por conseguir el dorsal número 1.154, porque hay mucha gente con un sentido mágico de la vida que la lleva a pensar que sus problemas aparecen y se resuelven por la acción de los hados, y para ellos la manera de explicar lo ocurrido es pensar que este corredor tuvo la suerte de recibir el dorsal bendecido por la fortuna con las alas de Mercurio. ¿Lo de salir a correr todos los días con una programación rigurosa en un clima frío y lluvioso? ¿Lo de sentir el peso de las piernas, que te piden que pares? ¿Lo de renunciar a hacer otras cosas socialmente más placenteras? Nada, anecdótico. Lo que cuenta para algunos es que les toque el dorsal mágico. Así nos va.