Universidad: ¡Eureka, un dislate menos!

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

07 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Recién entrado el 2014 publiqué aquí un artículo (El despropósito de los exámenes de enero) en el que, entre otras locuras, incluía la consistente en examinar a nuestros universitarios inmediatamente después de Navidad. El 14 de mayo completé aquella reflexión con un texto también muy crítico con el sistema que los estudiantes venían padeciendo tras la infausta reforma boloñesa: En …Y el despropósito de los exámenes finales subrayé otros dislates constatables por cualquiera a quien le importen los alumnos: de un lado, la división del curso en dos semestres, que dan en realidad en dos cuatrimestres tendentes a reducirse a dos trimestres; de otro, que «como si aún fueran bachilleres, los alumnos sin nada pendiente han de examinarse de cinco, seis o siete asignaturas en poco más de dos semanas, lo que es una supina crueldad, impropia de una Universidad digna de tal nombre».

Esos artículos tuvieron una acogida opuesta entre el alumnado y sus familias y una parte del profesorado y las autoridades académicas. Los primeros los siguieron con mucho interés y ello hasta el punto de que el texto de enero, con más de 152.000 consultas, fue la sexta noticia más leída en el 2014 en lavozdegalicia.es. Por el contrario, no pocos colegas y autoridades académicas torcieron el bigote: mis artículos les parecieron desleales con la Universidad, cuando no propios de un traidor. La cosa llegó al extremo de que un rector gallego me calificó de «antisistema» -una de las pocas cosas de las que no me habían acusado todavía-, y otro tuvo la impertinencia de recordarme que había cometido un pecado del que aún no me había arrepentido.

Pues bien, arrieritos somos. Según informaba ayer este diario, la Universidade de Santiago amplía ahora el período de exámenes de dos a seis semanas para «aliviar a los estudiantes» y evitar el escándalo que yo había denunciado: que un alumno tenga dos exámenes el mismo día; o dos, tres o incluso cuatro en una única semana, situación que las autoridades ahora consideran, ¡no sin tiempo!, una «verdadeira barbaridade». Cabe esperar, tras tan rápida decisión, que para acabar con otros disparates (exámenes de enero, la acumulación de todos en medio año o la existencia de diez, once o doce asignaturas por curso) no haya que esperar otros tres años.

No les negaré, a fuer de sinceros, que la corrección de esos dislates supondría para mí, tras haberlos denunciado, un cierto desagravio frente a la catarata de descalificaciones (unas previsibles y otras, por inesperadas, dolorosas) que hube de sufrir por el nefando pecado de pensar por mi cuenta y no ir, como Vicente, tras la gente. Pero reconocida esa pequeña vanidad, valoraría infinitamente más la ventaja que ello supondría para miles de alumnos que no merecen el mal trato que por inepto sectarismo boloñista vienen recibiendo. Los mismos alumnos a los que intento servir con mi modesto saber y entender desde hace ya 36 años.