De un tiempo a esta parte empiezo a experimentar una extraña sensación. La actualidad me cae mal, cada vez peor. Es como si personificase una gran parte de los hechos de mi entorno y apareciese, de repente, un sujeto que no para de hablarme, de susurrarme al oído, y que me dice cómo aparcar y hasta cómo cortar la cebolla de la tortilla. Sí, la actualidad es como un cuñado, esa palabra tan de moda ahora, esa metáfora hasta cierto punto injusta porque el tío de mis hijos, o el hermano de mi mujer, es un encanto. En cambio, Rajoy, Susana Díaz, Pedro Sánchez, Cataluña, Ciudadanos, Podemos, la corrupción, una gran parte de todo lo que nos rodea, empieza a parecerme insoportable. Todo eso me indigesta, me repite, como si hubiera masticado un diente de ajo. Los matrimonios se rompen de verdad el día en el que llegan a una conclusión inapelable: tu pareja, la persona con la que vives, te cae mal. Y eso es lo que me pasa a mí con una parte de la actualidad, que me cae mal.
Así que, llegados a este punto, supongo que alguien me aconsejará que me divorcie de la realidad que me rodea. No sé cómo se hace eso. Y mucho menos siendo periodista. Creo que llegaré a la Redacción una tarde y diré que me separo, que no aguanto más, que ya no soporto a los portavoces en los pasillos del Congreso, a los que debieron irse y siguen ahí, manillando en la sombra, que ya no trago las ruedas del viernes, y que quiero mi brexit particular. Por eso anunciaré que me he enamorado de nuevo. Algunos dirán que se trata de algo pasajero. Pero se equivocan. Porque es la calle y las historias de su gente.