La Caja Mágica y la caja de los truenos

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

12 feb 2017 . Actualizado a las 12:49 h.

Los congresos partidistas se dividen en dos clases: aquellos donde se celebra la victoria y aquellos donde se rumia la derrota. En los primeros, dominados por la celebración y el regocijo, el único riesgo de verdad es olvidar la sabia advertencia de Charles Maurice de Talleyrand: que todo lo exagerado se convierte, inevitablemente, en insignificante. En los segundos, por el contrario, las cañas se tornan lanzas, pues la percepción de la derrota se traduce siempre en un doble arrancamoños: quién es su culpable y cómo superarla. 

Aunque la razón de que las cosas sean así la expresó hace muchos años el propio Talleyrand, un excepcional político y diplomático francés que fue capaz de sobrevivir en tiempos muy convulsos a cuatro regímenes políticos (el reinado de Luis XVI, la Revolución, el Imperio y la Monarquía de Julio), su pensamiento se haría célebre por boca de un político italiano igual de resistente: «Il potere logora chi non ce l’ha». El poder desgasta a quien no lo tiene, dijo un día el oscuro Giulio Andreotti, auténtico rey de las tinieblas.

En la Caja Mágica, el estadio madrileño donde se ha celebrado este fin de semana el Congreso del PP, la unidad, palpable en cada cara y cada gesto, y en todos los discursos, expresaba el éxito de quienes lograron llegar al Gobierno, en condiciones de gran dificultad, pese a haber ganado dos elecciones sucesivas. Y aunque el futuro de la legislatura está hoy sujeto a incertidumbres evidentes, los militantes populares no se reunieron en congreso, como proclamaban con fingida convicción, para debatir sobre un mañana incierto, sino para celebrar un hoy dichoso.

El congreso de Podemos en la plaza de toros de Vistalegre, una verdadera caja de los truenos, es el reverso del celebrado por el Partido Popular: frente a la unidad, cuchillos largos; frente al regocijo, caras largas. Pablo Iglesias llegó a convencerse de su propia ensoñación (que como era el más honrado y el más listo en un país de ladrones y de tontos su llegada al poder estaba asegurada) y se encontró a cambio con la dura réplica de una historia que él mismo se había encargado de manipular de un modo atroz y hasta extremos de delirio.

Por eso Vistalegre II es el inevitable ajuste de cuentas del partido que, en medio de un despiste sideral, está comprobando estupefacto que no se puede hacer tierra quemada de los mejores cuarenta años de la historia reciente de España con cuatro consignas inventadas después de leer un par de libros por encima, con cuatro líderes improvisados de la noche a la mañana y con cuatro propuestas que, de ser convertidas en medidas de gobierno, pondrían el país patas arriba. Porque la historia de Podemos es, entre otras cosas, la de cómo la falta de humildad puede acabar conduciendo de un gran éxito a un desastre clamoroso.