La ambición de Sánchez es el refugio de su fracaso

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

31 ene 2017 . Actualizado a las 08:56 h.

Para diferenciar entre un político con principios y un farsante oportunista, la clave es estudiar sus respectivas biografías con la frialdad de quien analiza un gráfico de la bolsa. Al margen de filias y fobias, y de los éxitos o los fracasos de cada uno, en la carrera del primero se aprecia siempre una línea coherente y con suave ondulación, por más cambios de criterio que pueda comprender. Un hombre de principios es dueño y responsable de su destino. En la biografía del farsante, por el contrario, aparecen bandazos carentes de toda lógica, que dibujan por ello el perfil de una montaña rusa. El oportunista amolda su discurso y sus convicciones al vaivén de las la circunstancias por interés personal. Y no es infrecuente que, para tratar de justificar esos giros inexplicables, acabe abrazando la fe radical del converso.

Pedro Sánchez, candidato a la secretaría general del PSOE, es un claro ejemplo de esto último. A finales del 2014, siendo un desconocido para el gran público, se postuló por sorpresa para liderar el PSOE. Y lo hizo con la bandera de ser el representante de la moderación y el centrismo frente a la radicalidad izquierdista que se le adjudicaba a su rival y favorito Eduardo Madina. Repasar las crónicas de entonces -y yo lo he hecho-, es comprobar cómo Sánchez aceptaba de muy buen grado esas definiciones unánimes de la prensa. Ni en su hasta entonces comedida carrera política ni en su campaña para aquellas primarias se escuchó jamás nada parecido a lo que luego defendió y dejó grabado en vídeo en una entrevista con Jordi Évole: el acercamiento a un partido radical como Podemos, que reniega de la Constitución de 1978, y los acuerdos con partidos independentistas que quieren romper España. Más bien, todo lo contrario.

«El PSOE apuesta por la moderación». Así saludó la prensa más conservadora el triunfo de Sánchez en aquellas primarias. De hecho, un año después presentó su candidatura a la presidencia del Gobierno delante de una enorme bandera de España para marcar distancias con los que luego quiso convertir en aliados y socios del PSOE. Detrás de esa brutal transformación desde la moderación a la radicalidad hubo solo un interés personal: la posibilidad de convertirse en presidente del Gobierno pese a haber perdido las elecciones. Esa chaquetera y suicida aventura, que acabó en estrepitoso fracaso, bloqueó España durante un año y causó al PSOE un daño terrible del que tardará mucho en recuperarse. Y, de paso, fortaleció a un Rajoy en sus horas más bajas.

Por eso resulta indignante que, en lugar de dar un paso atrás para permitir que su partido salga del pozo de incoherencia en el que él lo enterró, Sánchez pretenda sobrevivir presentándose como abanderado de unas ideas en las que cualquiera que le conozca y conozca su pasado sabe que no cree. La ambición, ya lo dijo Óscar Wilde, es el último refugio del fracaso. Lo que el PSOE necesita es un líder con principios, y no un oportunista que solo busca su supervivencia política a costa de su propio partido.