Rita

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

27 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Uno de los efectos secundarios provocados por el exceso de información es la proliferación de juicios paralelos a través de los medios, que generalmente inducen a condenar al encausado. La condena siempre es más rentable que la inocencia.

Los seres humanos reaccionamos emocionalmente igual frente a una pérdida real o simbólica. Somos seres simbólicos a los que perder un ser querido duele igual que sentir que uno ha perdido el honor, la dignidad o el estatus social.

No es difícil comprender el estado anímico de la alcaldesa habiendo perdido simbólicamente todo y, quizá, por nada. Rita Barberá era un zombi, estaba muerta simbólicamente mucho antes de morirse en la realidad.

Se minimiza el padecimiento de quien se ve sometido a un juicio mediático: si eres culpable, te comes un linchamiento social añadido durante todo el tiempo que tarde en fallarse la sentencia y asumir la pena, y si eres inocente, te lo comes de por vida, porque en el inconsciente colectivo siempre prevalece la duda, el fatídico «algo haría».

El acoso mediático es una situación paradigmática de lo que es el estrés: sentirse amenazado seriamente pero sin poder huir ni atacar. Sufrir un escrache continuo de cámaras y paparazis, estar permanentemente en boca y bocazas de todo tipo de individuos que utilizan los indicios como pruebas de cargo inapelables, padecer el rechazo de la recua de cobardes aduladores en los buenos tiempos que escapan como ratas cuando más los necesitas... El cataclismo metabólico que esto produce es de tal calibre que se vuelve tóxico para el organismo. Muchos no lo soportan y mueren.

La muerte de Rita Barberá ha sido el dramático colofón de uno de estos juicios de telediario y tertulia amarilla en los que todo el mundo juzga y condena aún antes de existir un fallo formal. Pero no es, no ha sido ni será el último si no somos capaces de poner coto a las instrucciones exprés, a las filtraciones intolerables de los procesos bajo secreto de sumario, al desguace gratuito del honor de la gente, a la falta de respeto de la presunción de inocencia, al negocio del linchamiento, a la crueldad de las redes sociales, a los gestos miserables e inhumanos que solo buscan el foco de la atención para un beneficio partidista.

Por supuesto que los medios de comunicación tienen una responsabilidad diferida a la hora de tratar este tipo de causas. Parece que hacer viral la detención de Rato, el ostracismo de Barberá o a la infanta en el banquillo hace menos daño que mostrar otros dramas anónimos, pero las dos cosas son igual de desastrosas para quien las sufre.

Hay que parar estos procesos paralelos. Todos podemos ser Rita, conviene no olvidarlo.