En noviembre

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

05 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

La tarde, a esa hora mágica del luscofusco se rindió a la noche, se fue desvaneciendo el día torpemente y la ilusión de un verano dilatado se perdió por la raya del horizonte. Noviembre llegó con su cortejo de lluvias colgadas del almanaque de la memoria, vino como siempre santificando el día de los muertos, recordándonos que vivir no es otra cosa que rememorar ausencias, y yo cambio la página del almanaque para saludar al noveno mes al que miro de reojo y al que califico de patito feo en esa reata de doce que caminan durante un año entero. Es el viceprólogo que anuncia que el año ha envejecido raudo y que ya viene el nuevo año empujándonos hacia la orilla de la historia.

De noviembre son las primeras mandarinas y la granada, que guarda en su interior un corazón de rubíes que revientan en la boca y dejan un himno en los labios, y la castaña, que es uno de los santos y las señas de la Galicia campesina, identidad otoñal de todo un pueblo que corona los magostos del mundo rural, y las setas, que siembran los trasgos por el bosque cuando la lluvia escampa y brotan los cogumelos en una sinfonía sin música.

Es ventosa la mañana y el campo es un remolino de brisas que no saben adónde ir, están perdidas en las encrucijadas de los caminos. Y al caminante errante le preocupa muy poco que el presidente electo anuncie en la tarde declinante su nuevo gabinete, y así responde a quien le pregunta cómo va todo y asegura que no tiene ninguna clave territorial para nombrar ministros gallegos cuando Feijoo no anunció todavía su nómina de conselleiros.

Y en eso andaba, contando noviembres, mes que me trajo el espanto hace años de la muerte de mi madre, y el alborozo del nacimiento de mi primer hijo y que es un libro que releo con esa mirada de tristeza -¿o es nostalgia?- cuando llegan estos días.

Y hay una sensación de frío vecino al que aguardas sentado en un banco del parque frente a la ría mientras la mar cruza los arcos del puente como si nada.

Y lees el diario despacio, sin prisas, contando a ojo de buen cubero los pasos de quienes pasan, y devuelves el saludo parapetado, casi oculto, entre las páginas del periódico, y de repente suena el teléfono en tu bolsillo y tú dejas que suene hasta que la señal se convierte en eco. Seguramente era una llamada comercial de una marca de telefonía que te ofrece una tarifa más baja, pero que es mentira, es falso. Y juegas a las adivinanzas con el teléfono y él te mira compasivo desde su ojo de colores que anuncia Facebook y Twitter, y WhatsApp, y ojeas el tiempo de soslayo en Morecast antes de contar los correos que hoy te enviaron al mail.

Y van pasando las horas, y te queda mucho por escribir desde noviembre, que ya ha llegado como cada año puntualmente, cuando la vendimia está concluida y las hojas amarillas continúan alfombrando de ocres los caminos en noviembre.