Un Gobierno para problemas domésticos

OPINIÓN

04 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Mariano Rajoy tiene ya un flamante Gobierno de trece ministros, después de una investidura de preámbulos desgarradores y lágrimas de cocodrilo. El presidente ha sido fiel a sí mismo y nada ha trascendido hasta su traslado a la Zarzuela. Salvo la media sorpresa de la salida de José Manuel García-Margallo y Pedro Morenés, y la esperada de Jorge Fernández Díaz, todo lo demás era previsible. Un Ejecutivo continuista, experimentado, conocedor de los expedientes, enfocado al diálogo, capaz de consensuar reformas y con seis caras nuevas.

Con este gabinete, Rajoy da una señal fuerte de que quiere dialogar hasta la extenuación, aprobar leyes convenientes y, si el PSOE insiste, modificar la Constitución en aquellos puntos necesarios y para lo que, en palabras del rey, no hay que tener miedo. Sin embargo, no valdrá para solucionar problemas que nos afectan y que solo se resolverán de forma global.

Si hace 50 años comprábamos un libro de macroeconomía, casi todas sus páginas se referían a la del Estado en cuestión y solo unas líneas a la internacional. Si hoy adquirimos uno de ese tema, todo él está dedicado a la economía internacional y prácticamente no hay páginas de la nacional. Este es el cambio que pasa desapercibido y que marca las líneas de hasta dónde puede llegar hoy el Estado poswestfaliano. Cada vez más estudiosos plantean la necesidad de un Gobierno mundial, al constatar que la gobernanza está resuelta en los rangos locales, pero es inexistente en uno superior que afronte la competencia económica mundial, la demanda de trabajo, la lucha contra la pobreza y las migraciones; la dinámica financiera global y la estabilidad de los mercados; los impuestos a los robots y a los servidores, y las amenazas ecológicas. Y todo porque somos ciudadanos locales a quienes les afecta la globalización.

John Gray señala en su libro Falso amanecer. Los engaños del capitalismo global, que «las peores amenazas a las que se enfrenta la humanidad son de naturaleza global», y para Carlo Bordoni, en Estado de crisis, libro escrito con Zygmunt Bauman, «la escisión irreparable entre lo local y lo global ha producido una especie de estatismo sin Estado. Esto ocasiona el efecto paralizante que se deriva de contar con un sistema político en el ámbito local reducido a labores de administración rutinaria, incapaz de afrontar y resolver los problemas que el poder global impone con una frecuencia cada vez mayor».

En octubre del 2011, el Vaticano, a través del Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz, propuso crear una autoridad política mundial y un Banco Central Mundial para favorecer «mercados libres y estables, disciplinados por un cuadro jurídico adecuado» y hacer frente a crisis económicas y financieras. Añadía que esta potestad debía fundarla la ONU, «tener un horizonte planetario al servicio del bien común» y promover «una distribución equitativa de la riqueza mundial» mediante «formas inéditas de solidaridad fiscal global». Y con relación al Banco Central Mundial, el dicasterio afirmaba que el FMI «ha perdido su capacidad para garantizar la estabilidad financiera global», por lo que es necesaria una institución que «reforme el sistema monetario internacional y establezca su control global».

El nuevo Gobierno de Rajoy no tendrá aún por encima esta gobernanza para los asuntos globales y podrá dedicarse con lealtad a los pactos que ofreció en su discurso de investidura: pensiones (Pacto de Toledo), educación y financiación autonómica. Y al cumplimiento de los 150 acuerdos con Ciudadanos.