Los egos políticos

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

29 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Una reflexión: ¿Se dan cuenta nuestros políticos de que cada vez hablan más de sí mismos, de sus ambiciones y de sus intereses, y menos de nosotros y de lo que realmente nos preocupa? Su descaro en este punto es en general reprochable e inaceptable. Después de hurgar un poco en sus discursos romos, cuesta encontrar una razón social para votarlos. Decía el gran Winston Churchill que «el político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones». La cita viene ahora como anillo al dedo. Porque aquí no hay más que políticos pensando en las próximas elecciones... si falla la investidura del 30 de agosto. Entre nosotros abundan los charlatanes y los advenedizos dispuestos a batirse políticamente por cualquier poltrona. Yo no tengo mucho que decir en contra de esto, porque tampoco es nada nuevo, pero encuentro reprobable la desvergüenza con la que se actúa. Es de tal magnitud que quizá ni siquiera es desvergüenza, sino pura sinceridad. El verdadero problema es que, al ser tan visibles y reiterados los defectos, no podríamos condenarlos solo a ellos, porque en realidad son creaturas nuevas forjadas con nuestro consentimiento. Como bien dijo el lúcido escritor Aldous Huxley, «cuánto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje».

Y ahí estamos nosotros: atrapados en las sutilezas de unos lenguajes de camuflaje que buscan votos a cambio de promesas más o menos creíbles. Ahora nos enfrentamos al momento de ver qué harán en la sesión de investidura los diputados elegidos con nuestros votos. Probablemente, todos se limitarán a obedecer las direcciones de sus partidos, y sospecho que esto no es lo peor que puede ocurrir. Lo difícil es entender las mezquindades y miserias que configuran los intereses de esas direcciones. Porque está claro que todas luchan encarnizadamente por el poder, con lamentable olvido de nuestros intereses y de la propia dignidad del proceso.

Por ello, cabe a pedirles que escuchen al gran Montesquieu cuando decía: «Para ser realmente grande, hay que estar con la gente, no por encima de ella». ¡Qué sus egos se lo permitan!