La culpa es del PSOE

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

16 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Después de quince días de reflexión, tumbado a la sombra de un carballo, sigo sin entender nada. La reflexión, bien como consecuencia de mis limitaciones, o bien porque el calor esturruña pinares y neuronas, ha sido estéril. No acabo de comprender cómo desde la misma noche de las elecciones, si no antes, el Partido Socialista se ha convertido en el enemigo número uno de la gobernabilidad en España. Teólogos seglares, politólogos de amplio espectro y reconocidos constitucionalistas coinciden en el diagnóstico. La culpa del embrollo que generaron los ciudadanos la tiene el PSOE. Y la responsabilidad de sacarnos del atolladero la tiene también el vapuleado, ninguneado, minimizado y fragmentado PSOE. O el irresponsable, incompetente y ambicioso Pedro Sánchez, si queremos hilar más fino.

Los demás pasaban por ahí. Rajoy, dedicado a sus paseos matutinos por Ribadumia y sus tardes de juegos olímpicos. El locuaz Iglesias, extrañamente mudo de repente. Los nacionalistas catalanes, aquellos que en su día facilitaron Gobiernos a Felipe González, Aznar o Zapatero, afanados en preparar la desconexión. El PNV, a lo suyo, como Feijoo. Albert Rivera, bailando la yenka, un pasito adelante, un pasito atrás, sin que acabe por encontrarse a sí mismo. Y todos mirando de esguello a Pedro Sánchez, impacientes en la hamaca, esperando que de una puñetera vez el tozudo jinete se apee de la burra y el PSOE renuncie definitivamente a ser alternativa de Gobierno, se haga el harakiri y ocupe el panteón de los mártires sacrificados en aras de la gobernabilidad. Que nos libre del infierno de unas terceras elecciones, en las que sin duda los ciudadanos -los que aún conserven las ganas de continuar el juego- volverían a equivocarse y no le darían a Mariano Rajoy la mayoría que merece.

En quince días de reflexión no he logrado respuestas convincentes a las preguntas que me sorben el seso. ¿En qué país del hemisferio democrático el perdedor, que durante años ocupó el poder y que aspira legítimamente a recobrarlo, está obligado a construirle un camino de rosas al triunfador? ¿Y a cambio de qué? ¿De asumir las políticas que supuestamente combatía desde la oposición, bendecir el austericidio y la corrupción, y desechar la defensa de políticas alternativas? No encuentro precedentes, salvo en situaciones de emergencia nacional -¿es este el caso?-, tal vez porque las deficiencias del wifi rural me impiden usar el buscador del Google con agilidad.

Pero hay muchas otras preguntas sin respuesta. ¿Por qué nadie, entre el enjambre de partidos viejos y nuevos, quiere al PP y a su presidente? ¿Por qué lo rechazan, además de los socialistas enrocados en el «no es no», fuerzas programáticamente afines al partido de la gaviota? ¿Qué ha hecho Mariano Rajoy para provocar el repudio de sus vecinos ideológicos? Francamente, lo desconozco. Solo sé que, de fiarme de la propaganda de derechas -eso que llaman opinión publicada-, toda la culpa es del PSOE.