Las dos Turquías

Yashmina Shawki
Yashmina Shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

17 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El 29 de octubre de 1923 se proclamó oficialmente la constitución de la República de Turquía. Tras años de guerras para intentar recuperar lo que el extinto Imperio otomano había perdido durante la Primera Guerra Mundial, Kemal Atatürk logró consolidar su dominio sobre la península de Anatolia. Después vino la tarea más difícil, vencer las reticencias cuando no la directa hostilidad de la capas más tradicionales de la sociedad para crear un Estado moderno. Tras su fallecimiento, se sucedieron los Gobiernos y los golpes militares de 1960, 1971, 1980 y 1997. Este último tuvo como trasfondo el disgusto del Ejército por la deriva islamista de Necmettin Erbattan.

  El joven economista Erdogan, miembro del partido de Erbattan, fue una de las miles de víctimas de las purgas antiislamistas. Aprendida la lección, moderó su discurso y fundó en el 2001 el Partido de la Justicia y el Desarrollo, el AKP. Al año siguiente, ganó las elecciones y desde entonces, amparado por la mejora de la economía y la reducción del paro, dos de las mayores preocupaciones de los turcos, inició una vendetta personal contra la cúpula militar, la policial y la judicatura. Muchos no solo perdieron su empleo, sino que dieron con sus huesos en la cárcel.

La creciente deriva autoritaria de Erdogan, quien no se ha privado de cerrar periódicos y bloquear Internet, ha ido polarizando a los turcos, entre sus adeptos y quienes le rechazan, fundamentalmente entre los islamistas y los laicos. Tras el varapalo electoral de junio del 2015, cuando su partido perdió más de 50 escaños, e irritado con la irrupción del partido prokurdo HDP en el Parlamento, inició la actual espiral de sinrazón, al romper la tregua con el PKK, arrestar y enjuiciar a políticos de la oposición y convocar nuevas elecciones. Su errática participación en la guerra en Siria, los millones de refugiados que atestan Turquía, la sucesión de atentados, la crisis económica y la falta de libertades han ido incrementando el descontento.

No es de extrañar que algunos sectores de los militares recurrieran a la vieja táctica del golpe mientras Erdogan estaba fuera del país. Parece que calcularon mal su capacidad de reacción, ya que este logró que sus fieles salieran a las calles y frenaran a los golpistas. Ayer nos despertamos con 250 muertos y 2.800 detenidos, muchos de ellos jueces. Erdogan será implacable, pero ya no volverá a dormir tranquilo. Turquía está dividida y, una vez que se enciende la mecha del descontento, apagarla es prácticamente imposible, y dada la inestabilidad de la zona las consecuencias son impredecibles.