No pactar con el error

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

03 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Qué han aprendido nuestros políticos en las dos campañas electorales pasadas? No lo sé, pero empiezo a creer que nada. Siguen diciendo ahora lo mismo que decían al principio y, lo que es peor, siguen apuntalando sus líneas rojas como si estas fuesen lo único verdaderamente relevante e inalterable de sus programas. Decía el gran Mahatma Gandhi que «nunca hay que pactar con el error, aun cuando aparezca sostenido por textos sagrados». Y tenía razón. Pero, al parecer, entre nosotros esto no rige. Aquí lo que funciona son las líneas rojas como único programa verdadero. Y así nos va.

¿Y la cultura del pacto? Es la gran desconocida ahora entre nosotros. Algo que parece increíble a estas alturas, porque gobernar es justamente pactar, y esto no equivale necesariamente a ceder, sino a acordar, armonizar, combinar, concertar, conciliar, concordar, convenir, entenderse, transigir, etcétera. Pero, claro, los débiles casi siempre consideran esto una debilidad y no una fortaleza, y no se prestan fácilmente. Observen, pues, a nuestros políticos en el desarrollo de estas prácticas excluyentes. Todos los días. Se creen así más duros y mejores, parecidos al John Wayne en Centauros del desierto.

Sin embargo, los resultados de las dos últimas citas con las urnas demandan pactos y no rayas rojas. Porque, ¿qué hay verdaderamente detrás de las rayas rojas? Dogmatismos varios, ánimo de revancha y falsas infalibilidades. Es decir, ganas de embarrar el campo con la pretensión de mejorar la posición propia. Pero las pasadas elecciones han demostrado justo lo contrario, es decir, que los defensores de los vetos no tienen un brillante futuro. Y menos si nos fuerzan a unas terceras elecciones, como parecen desear algunos líderes políticamente suicidas. Que Dios les mejore la vista.

¿Es tan difícil sentarse a hablar y sellar un acuerdo? En Alemania, no; aquí, sí. Nuestros políticos en desventaja se refocilan retorciendo toda clase de argumentos para sostener insostenibles ambiciones y hacerle doblar la rodilla al adversario mejor posicionado. ¿Con qué objetivo? Con el de perjudicarlo y lograr el beneficio de unas migajas. Lo cual desvela la catadura moral y política de muchos de nuestros líderes. Una lástima.