La historia interminable

María Xosé Porteiro
María Xosé Porteiro HABITACIÓN PROPIA

OPINIÓN

15 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Esta campaña electoral está llena de primeras veces. Es la primera vez que se realiza un debate presidencial con cuatro aspirantes; primera que el bipartidismo se cuadriplica; primera que algunos candidatos salen sin corbata, o en vaqueros o con melena; primera que hay mujeres presidenciables (¡uy, no! eso todavía no toca); primera que antes del gran debate a cuatro hubo dos minidebates, uno de señoras -sin adjetivos- y otro de señores -sin objetivos-; primera que la corrupción fue la estrella del evento; primera que la media de edad de los presidenciables era más baja que la de los tres periodistas moderadores; primera que todos los aspirantes reconocieron que ninguno tenía posibilidad de conseguir mayoría suficiente para ser investido. Y primera en la que los espectadores conocían de antemano las respuestas, tan previsibles como la puesta en escena, los gestos, las miradas, los énfasis ensayados, las sonrisas de cartón piedra y la mirada extraviada del presidente en funciones de aspirante a presidente, que tendrá que hacérselo mirar cuando deje la Moncloa.

La Academia de Televisión tampoco obtendrá un Grammy por este debate. El marco y el formato fueron cárcel para los oradores y desierto para los espectadores. Una cosa es el orden de las intervenciones y otra la rigidez de tiempos parlamentarios. Los pactos de los equipos de cada partido consolidaron el statu quo de una televisión propia de los 80, con realización, producción y emisión sin lugar para la sorpresa ni para generar interés en la sufrida ciudadanía que tiene demasiado próxima en el tiempo la constancia de la oportunidad perdida por los mismos protagonistas de ayer, de habernos dado un Gobierno en tiempo y forma.

Ni los informes de Cáritas sobre la pobreza en España, o de la OCDE sobre el fracaso de las políticas de austeridad fueron suficientes para que el presidente saliente dejara su monótona e increíble salmodia de una España mejor y de fórmulas mágicas para crear dos millones de puestos de trabajo que no supo aplicar en cuatro años de mayoría absolutísima. Los intentos de Sánchez por mantener la compostura de hombre de Estado compatible con la frescura juvenil y osada de un aspirante no consiguieron crear la ilusión de que su partido pueda ser veterano y novel a un tiempo. Las patadas liberales de Rivera en la espinilla de Rajoy, doblada por la corrupción, no serán suficientes para convertirle en el nuevo timonel de la derecha española. Y ni siquiera el Bic al que se aferra Iglesias para contener la sobreactuación, garantiza que tiene la estabilidad emocional necesaria para hacerse cargo de un país al borde del abismo.

Y sin embargo, esto es lo que hay. Así lo vinieron a confirmar los cuatro aspirantes que juegan una prórroga que ellos mismos se han dado. El problema es que en este derbi no habrá penaltis. Esperemos que el 26J se rompa el maleficio de esta historia que ya empieza a ser interminable.