La vida pasa

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

07 may 2016 . Actualizado a las 11:00 h.

Acabo de regresar de un almuerzo de gallegos y para gallegos ilustres. De Darío Villanueva a Alfredo Conde, de Juan González Cebrián al doctor García Fernández, de Melquíades Álvarez a Cándido Conde Pumpido. Y sorprendentemente no se habló a lo largo y ancho de la mesa de política.

Nos unía un sentimiento antiguo de fraternidad, de ejercer, una vez más de gallegos y reivindicar, entre percebes y xoubas, un sentido de pertenencia, de lealtad a una manera de vivir que mueve el eje del mundo acercándonos a un finisterre que es nuestro santo y seña.

Conviene de cuando en cuando sentarnos en torno a una mesa para celebrar el goce de sentirnos vivos, activos y útiles, para saber que en cualquier momento la tierra nos convoca para impulsar un desarrollo armónico que mucho tiene que ver con el viejo eslogan de una marca de cerveza, o de una cadena de distribución que nos aconseja vivir como gallegos.

La conversación nos fue llevando por la dialéctica cordial de cuestionar la temporada del Deportivo en su segunda mitad huérfana de victorias, lo que nos obligó a dudar seriamente de Víctor Sánchez del Amo, como si en ese análisis pudiéramos mediar, hasta la manifiesta obesidad, peligroso engorde, de nuestros paisanos del interior y del litoral.

No nos preocupó la convocatoria de las elecciones propias -las de Feijoo-, ni las ajenas del mes de junio, en las que nos jugamos una forma de gobernar y el equilibrio del Estado. Quizás confiamos más de lo debido en el talante de perfil del candidato Rajoy y sus silencios que del modelo de otras opciones más próximas al gremio de mareantes o del modelo redentorista de una izquierda tan joven como prematuramente obsoleta.

Mis contertulios más próximos me contaron de Caldas y de cuando rodaron en la vieja casa con lareira y capilla un anuncio del Almendro. Me hablaron de un Verín imaginario, con un inexistente licor café, conversamos sobre esa maravilla de Rinlo acodado sobre la mar y yo, como es habitual, reivindiqué una vez más y sin discrepancia alguna Viveiro. Y me di cuenta de que sobre nosotros, que hicimos de Madrid parada y fonda, había pasado la vida. Como un relámpago, como un suspiro como un pasar la vida alrededor, sin detenernos a mirar para otro lado, y acaso es que nunca hemos dejado nuestro pueblo y estamos de paso en Madrid, ciudad que nos ha acogido generosamente y a la que debemos una deuda perpetua de gratitud.

La vida pasa entre manteles y abrazos, sobre las viejas conversaciones que nos dejan en los labios y en la boca un regusto antiguo de mesa grande del día del patrón. Que nos alejan de las obviedades del falaz discurso de la política y que nos acercan a la confidencia y al abrazo para que nunca nos olvidemos de ser quienes somos. Escribo con el regusto de un afecto plural compartido, sin bandos ni banderías, en donde todos, o al menos la mayoría, éramos los mismos, mientras la vida iba pasando entre memorias melancólicas de nostalgias colectivas. Es por eso que titulo así esta colaboración tan cierta como la tarde que declina: la vida pasa.