Un miembro del Gobierno, como la mujer de César, aparte de ser honesto, debe parecerlo. José Manuel Soria ha mentido a los españoles al argumentar días atrás que la aparición de su nombre en los conocidos como papeles de Panamá obedecía a una concatenación de errores, y que él era el primero en pedir que se aclarara todo ese entuerto. Y se aclaró. Tan meridianamente que Soria se ha visto obligado a renunciar a sus funciones como ministro de Industria, a su acta de diputado y a la presidencia autonómica del PP de Canarias. Su firma como administrador de una sociedad con sede en el paraíso fiscal de Jersey resultó inapelable. Y es que en estos tiempos que nos ha tocado en suerte vivir no se puede pretender ostentar tan alto cargo y tener un muerto en el armario. Más tarde o más temprano el difunto empieza a oler, y todo sale a la luz, por lo que dice muy poco a favor de un gabinete ministerial que uno de sus miembros no haya reparado en ello. Será que en política ya no están, como antaño, los más listos de la clase. Soria se va, pero no tendrá mayores problemas para, llegado el caso, subsanar su error abonando una sanción administrativa. La verdadera patata caliente le queda a un Rajoy que imagino temblando cada mañana al leer la prensa. Tal vez por eso se rumorea que solo ojea periódicos deportivos. Como madridista de toda la vida va a tener que apelar al espíritu de Juanito, pues si ya tenía difícil sacar un buen resultado en las más que probables próximas elecciones, la remontada se la ponen sus propios correligionarios cada día más cuesta arriba.