Estas elecciones, y los meses posteriores, nos han demostrado que nuestros líderes políticos son iguales. Desean por encima de todo la poltrona que les convertirá en omnipotentes, importándoles más bien poco la estabilidad del país. Las nuevas elecciones parecen inevitables, pese a que Felipe VI ha optado por abrir una nueva ronda de consultas los días 25 y 26. Y los culpables no son otros que cuatro políticos, que no han sabido, o más bien no han querido, ceder en sus aspiraciones de convertirse en mandamases de la desgobernada España. La obscena ambición de Sánchez, unida a la arrogancia y teatralización de Iglesias, pasando por la desubicación de Rivera y el pasotismo de Rajoy han convertido a una de las potencias de Vieja Europa en un país con apariencia de república bananera. Ha quedado claro que tanto el PP, como el PSOE, Podemos y C's se merecen otro cabeza de lista de cara a los nuevos comicios. No ocurrirá. Seguro que no. Pero que este cambio no acontezca no quiere decir que no fuese conveniente. Rajoy está quemado y amortizado. Sánchez llevó a los socialistas al peor resultado de su historia y, tras su nefasto intento de asalto a la Moncloa, se ha devaluado como líder de una formación que tantos servicios ha prestado a los españoles. Iglesias y sus formas absolutistas están desencantando a muchos de sus electores, mientras que Rivera, desnortado, no cesa de jugar a ser el mediopensionista de la tropa.