Caminos

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

30 mar 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

La pregunta es por qué siguieron caminos tan distintos Youssef Benayad Daoudi y Khalid El Bakraoui. Cuando Benayad Daoudi llegó al vagón que explotó en el metro de Bruselas, solo había víctimas. Nadie más había accedido a la zona. Dice que nunca olvidará lo primero que vio. Una niña de tres años, con quemaduras, llorando sola en la plataforma. La madre estaba destrozada. Casi ni se atreve a pensar en el padre. Cuenta que, si no está ocupado, su cabeza y su corazón regresan una y otra vez a la mañana en la que la estación de Maelbeek se convirtió en un cementerio. Trabaja como empleado de seguridad en la empresa de transportes de la capital belga. Nunca ha visto nada igual. «El horror, la barbarie... », repite en Le Monde. Khalid El Bakraoui, en cambio, fue el hombre que decidió desatar el infierno. Su hermano y él pasaron del robo a los Kalashnikov, y de los Kalashnikov a los ataques suicidas.

La vida rutinaria y la muerte yihadista se pasean por la misma ciudad. Son vecinas. ¿Cómo es posible? Hace años sucedió en Madrid y Londres. Pero el tiempo ha demostrado que otros Gobiernos digirieron esos ataques como problemas de Estados extranjeros. Como si la Unión Europea asumiera que las miserias son domésticas y las medallas comunitarias. De lo contrario, no se explica que el monstruo creciera ante sus ojos. Que imanes radicales siguieran predicando el odio como si hablaran del tiempo. Que el tráfico de armas fuera un negocio más. Que Siria se convirtiera en un Disneyland para jóvenes salafistas. Tampoco se entiende que la policía permita que los ultras interrumpan un homenaje espontáneo a las víctimas de Bruselas. Pero los que están a los mandos de la UE siempre pueden decir que son cosas de Bélgica. De otros.