Sí, es verdad, el Gobierno está descontrolado

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

20 mar 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Es la economía, estúpidos?». Lo es, sin duda, en ocasiones, pero no en la España socialmente deshilachada de hoy en día, donde esa pregunta se contesta con una afirmación radicalmente diferente: «Es la política, lumbreras».

Para muestra, un botón, que lleva camino de convertirse en un bombón para la oposición al Gobierno en funciones de Rajoy: la, por lo poco, pintoresca y, por lo mucho, disparatada teoría que su Gobierno se ha sacado de la manga para hacer frente a la previsible avalancha de iniciativas de control a la que podría quedar sometido como consecuencia de su pérdida de mayoría en los órganos internos del Congreso tras el cambiazo de posición de Ciudadanos.

Ante tal situación, en verdad desconcertante, al Gobierno, pareciera que asesorada por su peor enemigo como en no pocas ocasiones durante la pasada legislatura, no se le ha ocurrido mejor solución que sostener que no puede controlarlo un Parlamento que no es el que lo invistió. Ni una sola norma ampara tal dislate, vulnerador además un principio democrático esencial: que el poder ejecutivo actúa bajo el constante control del Parlamento. ¿O es que si, como parece muy posible, el 26 de junio hay nuevas elecciones, lo que retrasaría la designación del Gobierno hasta septiembre, piensa el actual que hasta entonces no haya control parlamentario?

La posición del Gobierno, además de jurídicamente insostenible -la no presencia el jueves del ministro de Defensa ante la comisión que la había requerido supone un desafío institucional inaceptable-, constituye políticamente una mayúscula torpeza, pues cualquier comparecencia imaginable de control sería menos costosa para el Ejecutivo que el explicable follón que su negativa ha acabado provocando, con amenaza incluida del Congreso de plantear ante el Tribunal Constitucional un conflicto en toda regla.

Y lo llamativo es que tal torpeza ya no llama la atención, si me permiten la aparente paradoja, pues entronca con el convencimiento que Rajoy ha mantenido contra viento y marea durante la legislatura 2011-2015: que la indiscutible mejora de la situación económica -que solo niega ya la oposición o quienes la apoyan, como ocurre siempre en todas partes- sería capaz de tapar una ejecutoria política manifiestamente mejorable. Se trate de la respuesta ante la corrupción o de la gestión de ministros convertidos en profesionales de la provocación o del error, Rajoy ha preferido empezar siempre por sostenella y no enmendalla hasta que su pasividad amenazaba con hundirlo.

Entonces, demasiado tarde y cuando ya el daño estaba hecho, ha cambiado de posición, dando así la razón a quienes desde el principio lo habían exigido. Un descontrol, en suma, en toda regla. El que llevó a un Gobierno capaz de sacarnos de la recesión a obtener unos resultados electorales el 20D que no se corresponden con su éxito económico. Y es que, cuando la política manda, no verlo a tiempo y claramente es la mejor forma de darse con la cabeza contra un muro. El de la dura realidad.