Candidato Feijoo

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

20 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Son las diez de la noche del domingo 26 de junio. Las primeras encuestas a pie de urna son esperanzadoras, acaso algo contradictorias. Los muestreos de las televisiones no confirman el avance de Podemos, y los datos propios del partido parecen confirmar que la plataforma electoral de Pablo Iglesias pierde votos y diputados. Al PSOE le ocurre lo mismo. El candidato popular está reunido en Génova con sus asesores electorales y repasa su primera intervención, que tendrá lugar antes de media hora. Está tranquilo, la campaña ha sido un maratón, ha tenido que dar vuelta a los viejos discursos, pidió perdón en cada mitin por la corrupción endémica de un viejo partido que fue más patrimonialista que patriótico. El mensaje parece haber calado en la sociedad. Estamos creciendo, presidente, y los datos parecen avalar los resultados. El candidato revisa mentalmente estos últimos meses, siempre ha sido un socialdemócrata que no quiso reconocer que lo era. Recuerda sus inicios políticos, su formación intelectual, la alargada sombra de Romay Beccaría diseñando un país posible pero improbable, la obstinación por impulsar una nueva lectura de la sociedad gallega controlada por una vieja guarda caciquil y rural llena de complejos y de miedos. Vuelve a los viejos tiempos, cuando era niño en la raya de dos provincias, en la Galicia profunda, en Os Peares, con un pantano como metáfora. Recuerda a sus padres y sus consejos, las dudas para dar este paso, y piensa si no se habrá equivocado.

Todavía no lo ha llamado Rajoy. Le inquieta su silencio. Cuando lo convencieron para presentarse a candidato por el Partido Popular a la presidencia del Gobierno de España, tras el fracaso de la alternativa Sánchez y la no abstención del PP, después de anunciar Rajoy que no sería el candidato, la duda razonable, el viejo principio jesuítico, colonizó su cerebro. Llamó a Rueda y tras una hora de conversación, tomó la decisión más difícil de su vida política. Consciente de que dejaba Galicia en buenas manos, y que al vicepresidente de la Xunta le quedaban todavía unos meses para consolidar la campaña de otoño, con un nuevo lenguaje posibilista que distaba mucho del de la otra candidata que apoyaban parte de los populares gallegos, Ana Pastor, se animó a ser el candidato.

Antes escuchó pocas voces, la mayoría acríticas, adelante presidente, las menos, reflexivas. Y así fue. Asumió un tiempo de silencio y reformateó el programa, que integró, sin citar procedencia, alguna de las propuestas de la nueva derecha de Ciudadanos, con especial acento en el combate contra la corrupción de mil cabezas.

Son las once de la noche, los datos más recientes lo animan. Por ahora, ya se han superado los 123 escaños. Le comunican al candidato que rozan los 140. La noche va a ser larga. Le aconsejan que posponga la intervención hasta las doce, y que no comience como Rajoy, anunciando que su partido ha vuelto a ganar las elecciones.

PS. Cualquier parecido con la realidad no tiene por qué ser pura coincidencia.