Descamisados

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

30 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

La noche del 20 de diciembre, jornada electoral, bien entrada la noche, la alegre muchachada de Podemos reunida en una plaza paredaña con un moderno museo de Madrid cantaba canciones de Paco Ibáñez, Quilapayún y Ze Alfonso. Era un claro viaje al pasado, a cerca de cuarenta años atrás. Eran himnos ligeramente revolucionarios que se habían instalado en la memoria colectiva de sus padres y en el imaginario polivalente de un catálogo viejuno de consignas y canciones. Aquella noche, con la euforia de los buenos resultados, la plataforma electoral comenzó como en la estrofa del poema A galopar y lo pregonó a voz en grito.

La troika, Iglesias, Errejón Bescansa, especialistas en provocaciones primarias y un tanto infantiles aunque altamente eficaces, escenificó una mise en escene en la visita de Iglesias al rey. Compareció en pleno mes de enero, con una camisa blanca arremangada hasta los codos, como si el palacio de la Zarzuela fuera un balneario de Punta del Este en plena canícula. Iba disfrazado de descamisado, acaso por el peronismo populista que inspira su ideario práctico para edulcorar el chavista mensaje bolivariano de difícil venta política por estos pagos.

El vestuario pretendía causar el efecto previsto e hizo exclamar un «qué barbaridad» colectivo pronunciado a coro por multitud de personas que tienen bien asentados los nobles principios de la buena educación y los modales adecuados.

El descamisado Iglesias transmitió al rey de España, como primer análisis a modo de saludo, un comentario que hacía referencia a la belleza sorprendente de ver en los montes de El Pardo ciervos en libertad. Fíjate tú...

La camisa blanca del pretendiente a una vicepresidencia del Gobierno de España a la sombra del señor Sánchez ilustraba uno de los mensajes cantables de la primera transición, que en boca de una de las musas de la progresía patria, Ana Belén, cantaba: «España camisa blanca de mi esperanza, reseca historia que nos abraza con acercarse solo a mirarla». Acaso era solo una metáfora de este viejo país que busca en sus símbolos los nuevos iconos rescatados del baúl de la historia.

Los descamisados son una arcaica tropa que exhuma en vísperas del carnaval los disfraces de sans coulottes en una elemental maniobra de distracción que poco tiene que ver con «lo nuevo», con el mensaje de ida y vuelta a «la gente», al pueblo que como en Grandola vila morena, otro tema musical de su banda sonora, es quien más ordena.

La pedagogía política apuntalada en las viejas canciones, en una forma de vestir «arreglá pero informal», embosca el mensaje de quienes quieren cambiar la historia, y no pasan del viejo lema lampedusiano. Por ahora tienen bula para la escenificación y en el futuro pueden dar mucho juego desde la oposición o, quién sabe, desde el poder compartido. Ya veremos.