Juntaletras

Francisco Ríos Álvarez
Francisco Ríos LA MIRADA EN LA LENGUA

OPINIÓN

23 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El editorial de un diario se queja de que un político objeto de sus críticas ha llamado juntaletras a sus redactores. Un juntaletras no es el cajista que en la imprenta coloca los tipos para componer lo que se ha de imprimir. Esos han desaparecido. El Diccionario no explica lo que es un juntaletras. Quizá porque en los corpus de la Academia apenas aparece alguno despistado. Sin embargo, los 65.000 textos donde los encuentra Google, casi ochocientos de ellos libros, nos indican que es un sustantivo en pleno uso.

Incluso sin contexto, está claro que juntaletras es un término despectivo. Se emplea para menospreciar a alguien que vive de escribir, dando a entender que su labor no pasa de la acción mecánica de ir poniendo los caracteres uno tras otro, sin los valores añadidos que se esperan de los periodistas y de los escritores. Con idéntica intención, a los primeros se los tachaba antaño de gacetilleros y folicularios, aunque pocos serán los que conozcan este último término, tomado del francés folliculaire en la primera mitad del siglo XIX y hoy necesitado de relevo.

A su vez, a los escritores a los que se intenta herir se los tacha de plumíferos, y a sus obras, de coplones o coplonas, dramones y novelones, libracos, librachos o librejos en los que, si además son culturetas, meten latinajos. Cuando aún no existían medios mecánicos de escribir, los amanuenses, y más concretamente los oficinistas, que se valían de la pluma para hacer su labor, eran para sus agresores verbales chupatintas, cagatintas o tinterillos.

Las personas beatas y los religiosos están entre quienes más han alimentado la imaginación de sus perseguidores. A las primeras las llamaban -hoy es más raro- chupacirios, chupalámparas, tragasantos y santurrones. Los sacristanes y monaguillos eran rapavelas, y los integrantes de la clerecía -la menospreciada clerigalla- eran curánganos (curas), frailucos, hermanucos y saltatumbas (sacerdotes que vivían de lo que ganaban con los entierros).

Les ganan a todos los anteriores en apelativos despectivos las mujeres que se prostituyen, con una lista de denominaciones que va desde furcia y lagartona hasta pendón y pendón desorejado.

Las citadas hasta aquí son solo una muestra mínima de los cinco centenares de voces marcadas como despectivas en el Diccionario, aunque hay bastantes más. Muchas palabras de este grupo son de vida corta, más que la de juntaletras. Estos, los juntaletras, sobrevivirán a las plumas, los bolígrafos, las máquinas de escribir y los ordenadores. Seguro.