Guardar la Navidad

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

09 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Yo no tengo que desmontar ni belenes ni árboles con guiños de colores, papás Noel orondos o calendarios de Adviento. Los años fueron relegando a un desván virtual la parafernalia navideña que mantuve mientras mis hijos fueron pequeños. Conservo un pequeño Niño Jesús que está acostado en su lecho de algodón y que se apoya en un crisolín, un minúsculo libro de la colección Crisol de Aguilar, que ilumina la Nochebuena de mi hogar recordándonos en silencio quiénes somos y de dónde venimos.

No soy un entusiasta de las celebraciones navideñas; he superado la nostalgia y el catálogo de ausencias, reivindico el sentimiento festivo y participo de esa forma sosegada, tradicional, que es como se celebra la Navidad en los países centroeuropeos que tanto admiro. Acaso es la dosis calvinista a la que somos ajenos los países del sur.

También conservo una vela en su candelabro que preside la mesa de las ceremonias coquinarias, una caja de música que desgrana lenta y torpemente los acordes de una melodía entrañable, y un pequeño Santa Claus que nos espía y vigila desde un pomo de una puerta. Mi Navidad icónica cabe en una caja de zapatos, pero yo guardo todos los años la Navidad, en la tarde de la Epifanía, tras la sobremesa del día de Reyes, en el lugar en donde conservo los afectos, justo al lado de los recuerdos con los que crecí y que me han hecho feliz a lo largo de los años.

Hay un diseño para desmontar la Navidad cristiana y occidental, para celebrar la mudanza de las estaciones del año, para exaltar el solsticio paganizando nuestros valores culturales, y empujando el ariete para forzar la puerta de un portal fácilmente franqueable, porque no hay puerta alguna en la leyenda del Belén lejano que está solamente en la memoria, en nuestra memoria ya un poco tambaleante.

Bajo el machacón eslogan de que las Navidades son muy largas, el siguiente paso será amortizar la fiesta de los Reyes Magos, bajo el pretexto de que es una celebración genuinamente española, además de monárquica y casposa, por no decir cruel para los niños, por el engaño que supone mentirles ocultando la tarea de los padres, y no digo nada de las falsas cabalgatas que estresan a camellos y en Madrid a una cincuentena de ocas, este año expulsadas de la fiesta previa a la llegada de los Reyes, aunque no a los caballos que, portando a guardias en traje de gala, han superado notablemente el estrés traumático.

En Valencia desfilaron las tres orondas gracias de un falso Rubens, vilipendiando el bello mensaje republicano que los franceses siguen aludiendo a la libertad, igualdad y fraternidad, una caricatura esperpéntica, la cabalgata civil de los Reyes de Oriente, censurable y denunciable intelectualmente.

De Madrid ya está todo dicho. El gobierno Carmena es un ejemplo del agit-prop más cutre y arcaico. Trabajar falazmente la imaginación infantil, modificar sus recuerdos futuros, manipular al colectivo más dúctil y generoso, que son los niños, y alterar sus emociones e ilusiones es la tarea que quedó inaugurada con la cabalgata de Reyes de este año.

Yo soy pesimista con el cercano futuro que vendrá, aunque mantengo la esperanza de que la historia es siempre obstinada y al final impone sus códigos. Ya veremos. Mientras tanto guardo en un cofre secreto, donde pongo mis deseos, la Navidad que ahora concluye.