El PSOE, o cuando Rajoy no deja ver a Iglesias

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

08 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El actual dilema de los socialistas es perverso. Su opción menos mala sería pactar un amplio programa de reformas con el PP y con Ciudadanos que reventase el populismo de Podemos, y acordar la fecha de las siguientes generales, alternativa que Xosé Luis Barreiro demostraba ayer, en un gran artículo, «teóricamente posible, pero prácticamente quimérica». Si no hay gran coalición, ni Sánchez -como es casi seguro, aun en caso de sobrevivir al acoso de los barones- logra ser presidente con los votos de Podemos y sus afines, quienes, con la vista puesta en Cataluña, no cederán en una exigencia que al PSOE le costaría saltar hecho pedazos (la autodeterminación), solo quedaría repetir las elecciones, opción desastrosa para los socialistas, según lo explicaba aquí ayer Gonzalo Bareño con meridiana claridad.

¿Cómo ha podido el PSOE meterse en este lío colosal? Pues por la irresponsable ambición de Sánchez y de su equipo, que los ha llevado a confundirse sobre cuál debería haber sido el primer objetivo del PSOE: combatir a Podemos, que aspiró desde su nacimiento a la hegemonía de la izquierda.

No lo vio así, sin embargo, la actual dirección del PSOE, obsesionada con zurrarle la badana al Gobierno y al PP, con una argumentación falaz («la derecha ha acabado con el Estado social y puesto en grave riesgo el Estado democrático») que contribuía a engordar el saco de Podemos, quien insistía, con razón, en que el PSOE haría, de estar en el Gobierno, una política bastante similar (ya la había hecho en el pasado) a la que, con tanta radicalidad como cara dura, criticaba.

El error estratégico socialista ha sido, pues, suicida: en vez de combatir a quien le quitaba los votos, se enfrentaba a cara de perro al Gobierno del PP, que era justamente lo que Podemos y sus socios necesitaban para seguir engordando a costa del disparatado discurso del PSOE.

Mientras, y ante un silencio socialista solo roto por la vieja guardia o por intelectuales críticos con el populismo de Iglesias y los suyos, los de Podemos han tenido barra libre: para presumir de demócratas radicales mientras apoyan la dictadura venezolana (la última vez hace tres días), mentir de un modo vergonzoso (afirmando que Rubalcaba estuvo a favor de la autodeterminación de Cataluña), dejar tirados a presidentes autonómicos elegidos con su voto o su abstención (bloqueando la aprobación de los presupuestos en Extremadura o en Asturias) o hacer demagogia barata a costa de la buena fe del electorado (como esas donaciones de Iglesias de parte de su salario europeo para actividades sociales, destinadas íntegramente al programa La Tuerka, que lo lanzó a la fama y que emite una TV de la que el propio Iglesias fue director de contenidos).

Si es verdad que no hay mayor ciego que el que no quiere ver, Sánchez y su equipo han estado aquejados de la ceguera que produce el brillo del poder, sin darse cuenta de que mientras lo admiraban se hundían más y más en un pantano. Por lo que se ve, siguen en lo mismo.