¿Para qué queremos Gobierno?

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

29 dic 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Dedicados full time a buscar una salida al laberinto que ha dibujado el 20D, los dirigentes políticos han relegado al desván del olvido los asuntos que de verdad afectan a los ciudadanos. Después de la vorágine de mítines y debates a dos o cuatro bandas, después de arrojar palabras de grueso calibre e incluso cubos de basura sobre la cabeza del adversario, los candidatos han quedado exhaustos. ¿Alguien ha dicho una sola palabra, una vez rematada la liturgia electoral, sobre empleo, pensiones, déficit público o impuestos? ¿Alguien ha recordado que muy pronto, al día siguiente de las doce uvas, entran en vigor unos Presupuestos desahuciados por Bruselas y que el nuevo Gobierno, sea cual sea su composición y color, tendrá que remendarlos para obtener el beneplácito de la Comisión Europea?

Esas preguntas no encierran ninguna crítica. Tal vez no sea malo que nuestros próceres se dejen de monsergas, nos permitan celebrar la Navidad en paz y familia, y se centren en lo suyo, que no es otra cosa que intentar arrendar por unos años, con el menor coste posible, el palacio de la Moncloa. Y quizás, si se me perdona una pizca de cinismo, hasta puede ser positivo para el país que ninguno encuentre la entrada de palacio y que el actual inquilino siga en funciones sine die. Si la italianización impide la gobernabilidad, la gran coalición a la alemana es inviable, la amalgama «a la portuguesa» con perejil nacionalista conduce a la catástrofe y unas nuevas elecciones supondrían la constatación de un fracaso, aún nos queda otra opción: la fórmula belga.

Bélgica ostenta un curioso récord mundial: el de vivir más tiempo sin Gobierno. El vacío de poder duró año y medio. El país se las apañó con un Ejecutivo en funciones desde las elecciones del 13 de junio del 2010 hasta el 6 de diciembre del 2011. Y hete aquí que, para mayúscula sorpresa del observador, el ensayo resultó un éxito. El 2011 fue, desde que estalló la crisis económica hasta hoy, el mejor año para los belgas. El empleo aumentó un 1,3 % -61.100 nuevos puestos de trabajo- y el país superó, por primera vez, los 4,6 millones de ocupados. La tasa de paro bajó al 7,2 %, la cota más baja desde diciembre del 2008 hasta nuestros días. El PIB creció un 1,8 %, tasa modesta pero superior a la de todos los ejercicios posteriores. El déficit público apenas repuntó una décima para situarse en el 4,1 % del PIB. A la vista de lo que vino después, probablemente muchos belgas habrán concluido que «sin Gobierno se vivía mejor».

No pretendo sacar lecciones de esa experiencia, salvo que supone una cura de humildad para partidos políticos y gobiernos. Ávidos de patrimonializar los logros económicos y de sacudirse de encima los problemas como la caspa de la chaqueta. Si se crea empleo, son ellos quienes lo crean; si se destruye, la culpa recae sobre sus antecesores o se achaca a la crisis global. Pero el caso belga, y no quiero extrapolarlo a ley universal, demuestra que a veces el sin gobierno resulta preferible al mal gobierno.