No es envidiable la posición de Pedro Sánchez al frente del PSOE, sobre todo después de obtener en las últimas elecciones unos resultados que, se miren como se miren, huelen claramente a derrota. Pero su posición se vuelve aún más incomprensible cuando manifiesta un estupor inaudito respecto de lo que va a hacer con sus escaños. Porque esto supone todo un serio problema para la futura gobernanza de España. Dicho en plata, creo que la decisión del PSOE es la verdadera gran incógnita que queda por despejar y la que más puede condicionar, para bien o para mal, nuestro porvenir.
Ni al PP, ni a Podemos, ni a Ciudadanos se les puede pedir de momento más claridad sobre sus opciones o preferencias, gusten o no. La gran incógnita es un PSOE que, de tanto echar cuentas, parece haber perdido de vista lo que representa de verdad y aquello a lo que probablemente está obligado por su propia historia. Porque, a pesar de sus flojos resultados, aún tiene la clave de muchas respuestas que los españoles esperamos, ya sea en un sentido o en otro. Y de esto no podrá evadirse con equívocos o añagazas. Porque todo se ha complicado demasiado y no es bueno que aumente el caos.
Un partido puede elegir convertirse en una estatua de sal (e incluso considerar esto muy divertido, como hace César Luena), pero el resultado no favorecerá al actual PSOE. Porque pocas cosas pueden provocar ahora más irritación que esa oscura actitud en un momento en el que todos necesitamos ver luz. El PSOE de hoy podría recordar la tortuosa y arriesgada vía que siguió Felipe González para integrarnos en la OTAN, con referendo y todo. Y es que lo esencial es saber adónde se quiere llegar y adónde no.
En esta coyuntura, el protagonismo de Sánchez es indudable. De él depende quién va a ser el próximo presidente del Gobierno o, incluso, si hay que convocar de nuevo elecciones. Son sus poderes, que no alcanzan para hacerlo presidente a él, salvo que a Iglesias le dé un inesperado arrebato de generosidad o que al PP se le aparezca la santa patrona del bipartidismo y abra una senda común popular-socialista. Algo pasará y no debe demorarse. Pero quizá ya está claro que lo más conveniente son unas nuevas elecciones.