23 dic 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Si nuestros políticos se creyeran de verdad eso que tantas veces y con tanto énfasis pregonan (el interés general, el bien común), y si el nuestro fuese un país acostumbrado a la deliberación prudencial, resolver el sudoku resultante de las recientes elecciones generales no debiera ser complicado. Pero como ni lo uno ni lo otro se dan en nuestra querida España, y como ciertos líderes políticos van sobrados de narcisismo y querencia por la poltrona (de hecho o de deseo), mucho me temo que el sudoku no va a ser fácil de resolver. Ojalá me equivoque, de verdad. Pero el preacuerdo alcanzado ayer en Cataluña por Junts pel Sí y la CUP no hace más que echar gasolina al tema y dar fiabilidad a mis palabras.

Con un Congreso fragmentado y un Senado con mayoría absoluta del PP, nuestros líderes políticos deben interpretar el mensaje de los electores, que han decidido hacer mudanza, aunque puedan crearse tiempos de desolación: a los españoles no les ha convencido el refrán «más vale malo conocido que bueno por conocer», ni siquiera el miedo a caer de la sartén al fuego. Pero, al mismo tiempo, todos debemos atemperar las ansias de cambio a lo que ya dijo Adolfo Suárez en su momento: «Hay que cambiar las cañerías, sin cortar el agua». España necesita estabilidad. Y si no somos capaces de alcanzarla, veremos qué pronto empezamos a pagar el precio (los más débiles y vulnerables, los primeros). Hace falta ética, no cosmética y mucho menos demagogia. Dejo para otro día mis reflexiones sobre el PP.