Los programas políticos

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

09 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Es cierto que los ciudadanos deberíamos elegir a nuestros Gobiernos por sus programas, pero no hace falta tener mucha memoria para recordar que esto no siempre ha sido así. Y quizá tampoco lo será la próxima vez. Lo cierto es que no leemos los programas y, por consiguiente, cada uno decide en virtud de otros elementos ni siquiera comunes o evaluables, pero que existen y que casi siempre determinan los resultados.

¿Le ganó en su día Mariano Rajoy a Zapatero por su programa o fue Zapatero quien perdió porque ya no había programa que lo pudiese salvar? Cada uno es libre de opinar lo que quiera, pero yo me quedo con lo segundo, es decir, con que Rajoy ganó porque perdió Zapatero, sin que en ello fuesen de verdad determinantes sus programas. Creo que podrían habérselos intercambiado y el resultado hubiera sido casi el mismo.

Y si no son los programas los que determinan el resultado, ¿qué otra cosa hay que pueda influir más? La respuesta es: casi todo lo demás. Porque antes y por encima de esos programas está la opinión que uno se va formando día tras día sin apenas darse cuenta. Eso que nos lleva a desconfiar de un líder, mientras que nos aproxima a otro por consideraciones no estrictamente programáticas. Por este río de convicciones, inclinaciones o seducciones van avanzando las aguas que llevan nuestro voto a la urna.

Decía el viejo profesor Enrique Tierno Galván que habíamos pasado de «una política de ideales a una política de programas». Pero creo que se equivocó, porque todos los programas contienen ideales y, sin embargo, no reciben igual apoyo. Por otra parte, los ideales abundan en las declaraciones de nuestros políticos, aunque no siempre gocen de credibilidad, unas veces porque no los creemos realizables (los ideales) y otras porque no los consideramos a ellos (los políticos) capaces de plasmarlos en la realidad.

En este sentido, tenía razón el humorista Jardiel Poncela cuando decía que «los políticos son como los cines de barrio: primero te hacen entrar y luego te cambian el programa». Y es así porque, como dijo León Tolstói, «todo el mundo piensa en cambiar la humanidad, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo», sobre todo los políticos.