La vida irreal

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

04 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Essena O?Neill es una australiana de 19 años que acaba de descubrir que las redes sociales no son «la vida real». Ha decidido dejar Instagram, el museo de lo privado en el que cada uno expone sus imágenes cotidianas. En ese jardín de egos florecen los retratos propios como si reinara una eterna primavera. Essena ha confesado, también vía Internet, que ha llegado a obligar a su hermana a que le hiciera cien fotografías con leves variaciones sobre la misma pose solo para que su barriga se viera perfecta en ese otro mundo paralelo en el que se proyectaba. Pero todo vendido con un lacito de supuesta naturalidad. Así logró más de 700.000 seguidores. Eran su trampolín para obtener dinero de marcas de ropa. Pero también su perdición. Porque ella asegura que acabó convirtiéndose en una adicta. Necesitaba la aprobación de esos vecinos de pantalla de su vida paralela. Más likes. Más comentarios. Más halagos. No es una rara avis. En realidad, hasta hace nada era un lustroso ejemplar que marcaba el camino a una manada. Aunque no se sabe si manada de leones, cebras o ñus.

Todo el mundo conoce a alguien que se cuelga diariamente de los retuiteos, los «Me gusta» y las actualizaciones. A veces ese alguien es uno mismo. «Vivíamos en granjas, luego vivimos en ciudades, ahora vamos a vivir en la Red». Es una de las frases con la que Aaron Sorkin apretó las costuras de La red social, esa película que retrata el parto de Facebook sin epidural. Pero nunca hay que olvidar que, a pesar de todo, las granjas y las ciudades siguen estando ahí, son los lugares reales en los que se nace y se muere. La palabra «virtual» deriva de «virtud», pero no es lo mismo.