Requiescat

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

31 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

In pace? No es un deseo, es hoy un homenaje en el día de los muertos, a quienes ya no están entre nosotros y habitan esa frontera del olvido que es la muerte. La bruma que envuelve las tardes del otoño me lleva hasta ese intramundo que es la patria de los difuntos, nuestros fieles difuntos, que solo disponen de un día que inaugura noviembre para ser recordados. Yo quiero seguir fiel a esa memoria antigua que se mide por ausencias y que se va disipando en las nieblas de un éter evanescente que hace que quienes se han ido sean solo paisaje, se convierten en la foto fija de un recuerdo retratado en sepia de un tiempo que estaba a este lado de la vida.

Cuando, como en una estrofa de un poema de Noriega Varela, «chegou a hora de dormir fóra», el duelo por los seres queridos mide su intensidad, que recorre el camino de una puñalada a un levísimo pinchazo, en la fecha de los aniversarios que se van desdibujando con el paso de los años, conmemoramos con un ramo de flores sobre la lápida, que ha llegado la fecha de visitar a quienes tanto nos han querido, y con quienes tanto quisimos.

Yo escribo en el aire de noviembre un mensaje destinado a quienes han muerto en los caminos del olvido, a los muertos que descansan en una fosa común, a aquellos que no tienen quien les llore, a los pobres muertos y a los muertos pobres, a los que no encontraron el camino de vuelta de una eternidad presagiada, a los difuntos que la mar arrojó a una playa, a los que nadie conoce, a los muertos sin nombre. A todos ellos, que también son mis muertos, les rindo en la fiesta más triste mi homenaje, y mi gratitud, que envuelvo en un bouquet virtual de crisantemos, mientras rezo en voz baja un padrenuestro que implora misericordia al buen Dios que gobierna la república de los difuntos.

La muerte inevitable pretende ser evitable, invisible, oculta en este mundo de los vivos. Morir no es exhibible, es un trámite entre visillos. Ya nadie muere en su casa, pues pronto es desalojado a esa alcoba aséptica de los tanatorios, pero hay un llanto antiguo y primigenio, esencial, que inunda nuestro pecho de dolor cuando la muerte se cobra una pieza de nuestro entorno más amado, y se lleva un hijo o un padre, una esposa o a la madre que veló todos los sueños de nuestra infancia.

Escasamente agradables son estas líneas, perfectamente prescindibles para no incomodar pensamientos amables, pero no quiero camuflarlas entre párrafos equívocos y palabras que huyen del relato que cuando el otoño trae las tardes oscuras de noviembre, la amnesia de una sociedad feliz, nos distrae de los recuerdos de esa gran legión de mujeres y hombres que ya descansan en paz para siempre. La muerte, la suya y la nuestra, es un destino común, inapelable. Requiescat in pace.