Mayor desigualdad y menor crecimiento

Albino Prada
Albino Prada CELTAS CORTOS

OPINIÓN

21 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Un informe, conocido estos últimos días, alertaba de un récord histórico alarmante: por primera vez apenas el 1 % de la población (los más ricos) acaparaban la mitad de la riqueza mundial. Nunca antes se había anotado un nivel de desigualdad de semejante magnitud. En paralelo a este proceso mundial de desigualdad galopante, que Piketty en su afamado libro considera que va a continuar acentuándose, todos los organismos internacionales rebajaban sus previsiones de crecimiento para la economía mundial. ¿Existe una relación entre ambos fenómenos? Si reparamos en dos de las economías más exitosas del mundo, ambas cosas parecieran no guardar una clara relación.

China es sin duda un país con una gigantesca desigualdad social que, sin embargo, viene creciendo a tasas muy elevadas. Su elevado crecimiento tiene mucho que ver con una competitividad basada en salarios y condiciones laborales miserables. Y es así que consigue inundar la economía mundial con sus productos. Pero no es menos cierto que si tuviese que depender de su mercado interior su ritmo de crecimiento caería en picado.

En Alemania todos los análisis concuerdan en que la combinación de su reunificación con una política de contención de los salarios desde el año 2000, aun habiendo provocado una creciente desigualdad, habría potenciado un éxito exportador que explica su crecimiento económico. Pero nadie duda de que esa misma Alemania recluida en sus mercados internos caería en un práctico estancamiento.

Dos ejemplos paradigmáticos de cómo la desigualdad (ya con alto desempleo, con salarios menguantes, o con ambos) solo permite crecer a aquellos países que compensen fuera su declive social interno. El problema a escala mundial es que no hay fuera, solo hay dentro.

A escala mundial, si la desigualdad está en máximos, y no para de crecer, se hace inevitable que la demanda agregada (y más con una aguda bulimia de crédito) sea incapaz de absorber la creciente marea de productos y servicios que una tecnología arrolladora permite producir con cada vez menos empleo, peor remunerado y menos cualificado. Porque fuera de este mundo no hay, de momento al menos, adónde exportar.

Es en este punto donde cada potencia mundial (China, EE.?UU., Japón, Alemania, etcétera) intenta vender a otro país incluso prestándole dinero (como hace China con EE.?UU. o Alemania con sus PIGS), protegiendo su mercado interno o devaluando su moneda. Pero, aun así, lo que unos ganen otros lo perderán, y aquella desigualdad mundial galopante generará estancamiento secular global (a no ser que una nueva burbuja de crédito lo impida).

Por eso resultan preocupantes las propuestas del ciudadano más rico del mundo: trabajar menos horas y días a la semana pero hacerlo hasta los 75 años. Un mundo de minijobs, el fin de la clase media. No reduciríamos así la producción, aunque sí los ingresos de muchos trabajadores. No disminuiríamos ni el riesgo de estancamiento económico ni la desigualdad social.