Adiós, maestro

Tamara Montero
Tamara Montero CUATRO VERDADES

OPINIÓN

19 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Siempre me decía que le debía un trabajo. De rabudo que era, una vez se rompió un dedo. Y me dieron mi primer contrato. 45 días de su baja en Salgueiriños de Arriba. La primera vez que lo vi, cruzó la puerta enajenado. Con el brazo medio tonto, echaba humo porque el autobús no le había dejado subir con la silla de Ane. Se sentó al lado de Rosa. Frente a Gelo y Cambeiro. Y vi el milagro en marcha. Dictó un texto sentido. Furioso. Desde el fondo de sus entrañas. Como tiene que ser el periodismo. Durante seis años me enseñó. Veía cómo aparcaba su Vespa y pensaba: «aquí viene el periodismo». Entraba, levantaba el teléfono y en cinco minutos se curraba la mejor entrevista del día. De la semana. Del mes y del año. O abría los libros de tapas azules del fondo de la redacción. Pasaba las hojas con parsimonia y otra vez se obraba el milagro. Un Compostela vintage. Él es de Lavadores, pero es uno de esos que los que nacimos en el hospital de Galeras identificábamos como uno de los nuestros: un picheleiro hasta las cachas. Nos contaba Compostela, pero sobre todo, nos contaba Santiago, que es de donde somos los que somos de Santiago, alargando la i cuando lo pronunciamos: Santiiago. Allí se sentaba, frente a mí. Las tazas estampadas con la Vespa preparadas para un nespresso. Cuando se concentraba, se mordía la uña del dedo del medio, como si quisiera conectar por vía oral con lo más grande que tenía: el corazón. A veces se enfadaba mucho, porque era rabudo. Aunque el oficio le corría por las venas, aprendió que había cosas mucho más importantes. Ane. Mikel. La cena era sagrada. Y el baño. Y los cuentos. Esa es su gran historia. La que escribía cada día desde su cuartel general de San Lázaro. Era zurdo militante. Hasta usaba el ratón con la izquierda. Y me abroncaba porque yo lo usaba con la derecha. También se puso un poco triste el primer día que llevé gafas. Lo había dejado solo en el equipo de los que les funcionan bien los ojos. En mis peores momentos personales, me ayudó. En los peores momentos personales de mi familia, nos ayudó. Y sin haber hablado nunca con él, mi madre, mi padre y mi hermano lo llevan en el corazón como uno más de casa. En verano, desaparecía. Un mes de vacaciones. El otro, Al Sol. Con miles de kilómetros en las ruedas, volvía pletórico explicando el desembarco de Catoira. Sin él no se bajaba ni un vikingo. Faltaría más. Qué es una razia normanda si no hay nadie para contarla. Llegaba la Festa da Uña y yo no podía esperar a la retransmisión de La Panorama debajo de mi cama. Allá por donde iba, se llevaba un amigo. Así que en más de 20 años de carrera y 44 por este mundo, imagínense el pelotón que se alistó contra Casiano. Perdimos la batalla. Pero esto no se acaba. Porque, Nacho, los que nos quedamos seguiremos haciendo, o intentando hacer, periodismo. El mejor que podamos. El que tú nos has enseñado. Hasta luego, maestro. Saluda a Alvite. Y dile a Zapatones que, por una vez, pague él las estrellas. Que ya van siendo horas.