Narcisismos

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

20 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace unos días Jon Juaristi escribía un artículo que titulaba Euronarcisismo. Afirmaba que Europa disfruta de un tierno y estúpido idilio consigo misma a costa de la tragedia siria; se preguntaba por qué la bella Europa, poscristiana y sentimental, se inflamaba de tanto amor. ¿A los refugiados sirios? No, a sí misma.

El narcisismo es el amor que dirige el sujeto a sí mismo. Existen narcisismos individuales y colectivos y ambos pueden ser simples rasgos de la personalidad o llegar a ser patológicos, diagnóstico de uso habitual en psiquiatría, que describe un cuadro clínico caracterizado por una baja autoestima acompañada de una exagerada sobrevaloración de la importancia propia y de un deseo de admiración por parte del otro.

Ambos rasgos pueden identificarse en la tensa actualidad europea. Europa es un continente viejo y rico asediado por una multitud joven y pobre. Una especie de Walking Dead en su acomodado territorio, donde, como corresponde a sus contradicciones seculares, una parte arremete a zancadillas y tortazos contra los expatriados y otra los invita a su mesa a tomar el té.

Coincido en la apreciación de Juaristi en que la Europa desarrollada no hace eso solo por amor al refugiado sino también por puro narcisismo, por el puro goce de ponerse estupendos y mostrar al mundo lo civilizados que somos. Un goce nada desdeñable en un momento en que Europa hace aguas por todos los lados y su autoestima deja mucho que desear.

El narcisismo patológico está reservado a los nobles y los ricos. El narcisismo colectivo de la Europa desarrollada ha tomado sin duda un papel importante a la hora de enfrentarse a la crisis de los refugiados. Cosa sorprendente si tenemos en cuenta que nos las tenemos que ver con las poblaciones virtualmente más pobres y miserables del mundo. Urge dejar de mirarse al espejo y ponerse delante de un toro que ya galopa hacia nosotros. Hay que ordenar el problema y dejar los selfies para otro momento.

Con Cataluña sucede algo parecido. Está sufriendo un brote de narcisismo colectivo que busca paliar una época de crisis demostrando al mundo que es un pueblo especial.

Freud afirma que solo es posible reunir a un considerable número de gente en amor mutuo si hay otra gente extramuros para recibir las manifestaciones de su desdén.

En el caso catalán, ese narcisismo identitario que predican algunos de sus líderes políticos es capaz de sentar a un pobre a su mesa en Navidad, siempre que este no sea español, porque no le queda bien en el book.

Falta de humildad y exceso de narcisismo que puede hacernos pasar de Narciso a Viridiana o del «som més que un club» a los últimos de Filipinas.