Trump

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

26 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Durante unos días, la ciudad californiana de Santa Bárbara tiende al sol banderas españolas. Y publica la revista Fiesta con su agenda de desfiles y conciertos. Las niñas se pasean vestidas de faralaes recordando los Old Spanish Days del pasado.

Antes de las grandes citas futbolísticas, entre los nudos de los scalextric de Los Ángeles se cuelan paneles gigantescos con fotografías de jugadores de la selección mexicana. Miran a los conductores con gesto desafiante. Otros rostros más amables sonríen desde carteles parecidos. Son abogados que prometen un buen futuro a los inmigrantes.

Durante todo el año el canal de deportes ESPN emite en español para el sur. Alta y Baja California, presumen. Desbrozan las cuitas del América y del Cruz Azul. Todos los días, hombres y mujeres que han nacido en Estados Unidos hablan en castellano e inglés. Mezclado, no agitado. No es spanglish, es la rutina de una segunda generación de inmigrantes que habla perfectamente los dos idiomas y se siente cómoda alternándolos, como si fueran un rato de San Francisco y un poquito de Tijuana.

Pero ahí está Donald Trump. Inmune a la realidad. A su lado el hermanísimo Jeb Bush parece el súmmun de la moderación. Por su discurso, cualquiera diría que Trump es descendiente de los primeros colonos. Pero la CNN recuerda que su madre, de apellido MacLeod, nació en una isla escocesa, y explica que su padre descendía de inmigrantes alemanes. Además, Donald se casó primero con una ciudadana checa y luego contrajo matrimonio con otra eslovena. Pero repite que fue duro para todos ellos abrirse camino en Estados Unidos. No como otros, que solo se han jugado la vida.