A veces da la sensación de que son los clichés los que gobiernan el universo. Los que velan por su perfecto funcionamiento. Aténgase al tópico correspondiente y soporte las exigencias. No se salga del plano. Circule, por favor, por las anchas carreteras del cinismo, donde no hay límite de velocidad. Pero resulta que Manuela Carmena no tiene la obligación de pasarse las vacaciones de verano encerrada en su casa con los pies metidos en una palangana. A no ser que se dé por sentado que lo natural es que ella se quede en el sofá abanicándose mientras canta La Internacional y que lo lógico es que otros, los que presuntamente están enfrente, naveguen en yate por las aguas del Adriático degustando ostras regadas de Moët & Chandon mientras maquinan cómo devorar obreros a partir del uno de septiembre. Si la alcaldesa de Madrid y el empresario millonario no han actuado así en los meses de julio y agosto es que no han cumplido con su papel en el mundo y deberían flagelarse por ello. ¡Traidores!
Tampoco hay que asumir como normal que a Matisyahu, artista estadounidense y judío, se le exijan declaraciones que apoyen la causa palestina para poder actuar sobre un escenario en España. ¿O es que hay que pensar que simplemente por su origen debe demostrar que su conciencia está limpia? No hay tantos escrúpulos a la hora de ceder los focos a otros músicos que sí arrastran un particular historial de insultos y violencia, alguno de ellos con antecedentes incluidos. Ay, pero esos otros sí que cumplen su función de genios malditos e incomprendidos, granujas acostumbrados a no pagar los desperfectos de su supuesta rebeldía. Perfectos clichés.