A mediados

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

15 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Practico el antiguo oficio periodístico de los periodistas viejos que consiste en subrayar las efemérides y en escribir artículos de estación y de ocasión, buscando coincidencias que tengan que ver con el día del mes, el santo de la fecha o la conmemoración de un suceso más o menos reseñable, como volver a contar que hoy, cuando concluye la primera quincena de agosto, cuando en doscientos concellos de Galicia enteira son jornadas de fiestas mayores o/y patronales, en loor y gloria de nuestra señora la Virgen de agosto, nuestra señora de todos los nombres, y del santo Roque de Montpelier, que nos libra de peste y males mientras estallan miles de foguetes por el cielo de aldeas y pueblos y las orquestas cobran un plus suplementario por disponibilidad musical, hoy, día 15, digo, el verano va vencido y los campesinos aplican el refrán que aconseja que en agosto frío en rostro, o que el verano es solo el paréntesis que va del Carmen -16 de julio- a la Asunción, del 15 de agosto, o sea, hoy mismo.

Y el hombre sin rostro del tiempo, oculto en sus dominios del Meteosat o similar, anuncia malos presagios para estragar verbenas y conciertos, procesiones y sesiones vermú, profetizando lluvias y chubascos en el tercio norte que unidos a previsibles bajadas de temperatura ponen un velo neblinoso de tristeza a los días grandes del verano que huye. Es nuestro particular ferragosto, con inversión térmica, con obsesivos nubes y claros, que se han aposentado en este trozo del antiguo fin del mundo.

Yo no pretendía escribir una columna pesimista ni saudosa cuando todo el país es una fiesta, ni perturbar la feliz lectura sabatina trayendo a estas páginas los incendios de cada fin de semana, cuando ya la noche ha caído y simultáneamente el bosque se incendia por las cuatro esquinas de la rosa de los vientos subrayando con llamas nuestro destino colectivo. Ni siquiera voy a dejar en una línea los claros síntomas de la sequía que asola campos y praderas, si acaso la inoportunidad de la lluvia no convocada en estos días de fiesta en los que la memoria de afectos y de risas, de tiempos idos y de otras ocasiones que no empañan los recuerdos, se sienta a comer en la mesa grande de la fiesta del patrón. Y vienen a esta crónica las historias escuchadas a los emigrantes, el traje estrenado en la misa solemne, la música machacona y naíf de los caballitos, melodías de tiovivo que se enredan en tu cabeza, el paseo de la mano de tu padre por la calle mayor o las rosquillas compradas en el campo de la fiesta y, cómo no, la primera vez que te conmoviste cuando la orquesta interpretó al mediodía el pasodoble Puenteareas.

Y a mediados de agosto te paras a pensar cómo pasa el tiempo y sientes la puñalada de la edad clavándose en el centro mismo del disco duro que aún conservas sin reformatear y pasan por la pantalla de tu cabeza los fotogramas de cuando eras un adolescente, un rapaz, un mozalbete, y volvía a ser agosto en un país de agostos perpetuos que se llama juventud.

Y corren desbocados aquellos días como el nordés aleja la lluvia que vino para instalarse en esta plaza mayor de agosto, a mediados, en el momento que deseas a quien te lee que no decaiga la fiesta, a pesar de que la lluvia no había sido invitada hasta pasado mediados. Feliz fin de semana.